Aprovechando que con el Equinoccio de Otoño estoy disfrutando de una semanita de descanso y el último chapuzón mediterráneo, he terminado un nuevo capítulo de BIZANCIO (sí, ya sé... hay otro; ¡ya lo cambiaré!). He decidido postergar la búsqueda de editorial y agente para EEDLA hasta la resolución del concurso de novela histórica, que será la última semana de Enero. ¿Por qué?
-Porque soy optimista. Mi objetivo es estar entre los finalistas. Creo que es posible, y las bases del concurso son estrictas. Prefiero no tener que rechazar a nadie, puede darse el caso ¡de que encuentre editorial y gane el premio, y tenga que elegir!
-Necesito "desintoxicarme" del EEDLA. Es una vorágine que me absorbe una y otra vez. Necesito olvidarme de él por un tiempo.
-¡Y lo que no quiero es olvidarme de la trama de Bizancio! Es el momento de dedicarle unos meses en exclusiva
-Tengo inquietud por iniciar otro proyecto, simultáneamente. Cambio de registro y de época, para mantener activa mi mente.
Por cierto, que por menos de dos miliarisios de plata (esto es, gratis), el Google tiene una fabulosa herramienta para búsqueda de docuemntación histórica. Se llama:
Books Google
Es una iniciativa paralela al Proyecto Gutemberg, que promueven ambos la universalización de la cultura y el conocimiento, permitiendo el acceso digital público y gratuito a libros descatalogados y ya sin derechos de autor, ¡y que pueden descargarse en PDF! Qué gran idea. Para Bizancio he descargado auténticos tomos de 1000 págs de historia del Imperio Bizantino, publicados ¡en 1856! Una maravilla de datos y datos, que sería imposible encontrar de otra forma. Y Google se ha tomado la molestia de escanearlos y digitalizarlos para todos.
Eso debiera ser Internet, un medio para promover educación, cultura y conocimiento. Una herramienta formidable.
Y a continuación, como golosina os dejo con otro fragmento de BIZANCIO.
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(BIZANCIO, Capítulo 03, pág. 40-42)
Las trompetas sonaron en honor del emperador. En el lado sur, dominando la pista, estaba el Kathisma, el palco del emperador. Estaba conectado al palacio real por una entrada privada. La cortina de seda que lo cubría estaba recogida. León III estaba allí, vestido de púrpura. Levantó la mano en señal de saludo, la multitud le aclamó e inmediatamente las trompetas volvieron a sonar. Las carreras dieron comienzo. Serían siete vueltas muy disputadas.
Los ocho corredores conducían bigas, preferidas en vez de las cuádrigas, porque con dos caballos corrían como una exhalación, dejando tras de sí una estela de polvo. Rufo de Crotonia era el favorito de los Verdes. Por los Azules el más vitoreado era Arcadio de Tesalónica. Era rápido, feroz y carecía totalmente de escrúpulos. Era un auténtico asesino y la muchedumbre le aclamaba.
Los conductores vestían túnica de diferentes colores y cintas de cuero entrecruzadas como protectores de los antebrazos frente a los roces con las riendas. Los caballos, ágiles y veloces, mordían los bocados con rabia, llenándolos de espuma. El público les animaba a voces, les insultaba, algunos imploraban la derrota de tal o cual biga, otros su victoria. Antes de finalizar la primera vuelta Arcadio de Tesalónica embistió a un competidor contra el muro exterior de la pista. Los caballos tropezaron entre sí y el carro volcó arrojando a su conductor a los pies de las yeguas blancas de Elijah de Palmira. Arcadio rugió con el público, azuzando a sus animales, mientras el equipo de limpieza retiraba al moribundo de la pista, dejando un rastro sanguinolento en la arena. La multitud saboreó el espectáculo.
-Están sedientos de sangre –reflexionó el emperador desde el palco – Vida y muerte, repartidas a partes iguales en la arena.
La emperatriz María le tomó la mano.
-El pueblo te adora. ¡Has conseguido una gran victoria!
León III tomó su pequeña mano de piel blanca y perfumada entre las suyas, grandes y ásperas.
-Cuanto más alta esté nuestra moral, mejor. Pero es sólo el inicio. Sólo ha sido una batalla.
La emperatriz tomó un fino abanico de madera de haya y mango de marfil, y cogió una uva de la bandeja de plata llena de fruta, y se la ofreció a su esposo. Él sonrió.
-Tú eres quien me motiva, mi señora –dijo León. El emperador no podía apostar por ninguno de los corredores. Si lo hiciera podía interpretarse como un deseo imperial que debiera ser satisfecho a toda costa. Conocía a Arcadio. Le había tenido en sus filas diez años atrás, antes de que un crimen pasional le mandara a la arena.
El público vitoreó a Rufo de Crotonia cuando por un momento pareció capaz de adelantar al tesalónico. Otro de los participantes midió mal las distancias y la rueda izquierda de su carro rozó la espina cerca de la Columna del Sol. El eje se rompió y él salió disparado, aterrizando entre los dioses de mármol de la espina. Se levantó tambaleante por sus propios medios. Sólo quedaban seis bigas. Cayó otro delfín del contador; quedaban cuatro vueltas.
La emperatriz cogió un albaricoque de carne jugosa y azucarada.
-¿Te has enterado del infortunio del senador Antonio? Han apresado a su hijo pidiendo un inmenso rescate. Dicen que le han enviado una mano con el anillo familiar para incentivarle. ¡Qué horror!
-No puedo hacer nada por él, María.
-¡Podrías enviar un negociador! Un intermediario.
Los dos sementales del crotense evitaron el carro destrozado pero perdieron la oportunidad preciosa de adelantar al favorito de los Azules, en pugna con un carro plateado conducido por un persa llamado Hattu.
-Si negocio con los árabes aunque sea por el rescate de un hombre perderemos nuestra apariencia de fortaleza. No suplicaré por un soldado cuando cien mil ciudadanos están sitiados y en peligro.
Hattu el persa, príncipe heredero de una casa antiquísima, con una maniobra llena de elegancia, al concluir la cuarta vuelta cruzó del exterior al interior por detrás del carro rojo de Arcadio, adelantándolo al tomar la siguiente curva. El público enloqueció.
-Es un hombre piadoso y temeroso de Dios. Y para mí sería muy importante, mi señor. ¿No hay ninguna posibilidad?
León III sonrió mirando al público pero no dijo nada.