martes, 15 de mayo de 2018

¡No, amo, al estanque no! (Hay vida más allá de las lampreas)


Hace un momento respondía al comentario de un lector: al escribir hay que disfrutar con lo que se hace, sin mirar si a otro le gustará o no. Hay tanta gente en todas partes, que seguro que todos los libros tienen lectores (encontrarlos o que te encuentren es más laborioso).
Lo importante es escribir con entusiasmo, para ser capaz de defender y propagar tu trabajo con ese mismo ímpetu y convencimiento.
Como sabéis ahora estoy en plena faena escribiendo una novela ambientada en Roma. Es una época sobre la que uno cree que está todo dicho, hasta que tropieza con el germen de una historia pendiente de ser contada. Y en ello estoy. Leyendo, buscando, recopilando, comprando, escuchando, visitando... de un tiempo a esta parte, todo lo que hago, leo, escucho, veo está relacionado con Roma.
Un tema importante en mi novela será la esclavitud. 
Un esclavo vale menos que un perro, porque el perro no replica.
Un esclavo es una herramienta que habla.
Un esclavo es un resentido que puede asesinarte.

Leí una anécdota referida a los esclavos que me dejó anonadado.

El emperador Augusto acudió una noche a cenar a casa de un banquero llamado Vedio Polion. El anfitrión decidió impresionar al emperador y a su comitiva: platos ostentosos, costoso vino de Falerno, música y bailarines, las mejores galas, aguas perfumadas, la mejor vajilla de la casa. Quería demostrar su riqueza, y también que era un buen romano, con todas las virtudes romanas  clásicas, incluyendo la severidad con los esclavos. Así, cuando a un esclavo llamado Catón se le escurrió una costosa copa de cristal tallado llena de vino y ésta se hizo añicos contra el mármol del suelo, no dudó en castigarlo con la máxima pena: arrojarlo vivo al estanque de la villa donde criaba carísimas lampreas.
Las lampreas, peces resbaladizos semejantes a serpientes, tienen una boca en forma de ventosa plagada de dientes. Se adhieren a sus víctimas en multitud, con hambre, con ansia (les gusta la sangre), las llagan y las desangran vivas. Horroroso. Vedio Polion pensó que era un genio: demostraba quién mandaba en casa, al castigar a Catón castigaba a todos los esclavos (que debían vivir en pavor absoluto) y alimentaba a sus costosas lampreas, que servían para elaborar un codiciado plato. 

El esclavo se arrojó a los pies del emperador, suplicando morir de cualquier otra forma en vez de en aquel estanque de los horrores. Y Augusto decidió escarmentar al banquero. Perdonó la vida al esclavo; reprendió a Polion que aquello no era severidad, sino crueldad gratuita, y que un amo debía ser severo y además ser justo. Ante todos los invitados, Augusto ordenó a Polion que demoliera su estanque y diera muerte a todas las lampreas. Y por último, ordenó que los esclavos llevaran ante ellos todo el menaje de cristal de la villa y que rompieran cada pieza, una a una, ante su amo; y ninguno sería castigado por ello.
Las lampreas fueron primero asfixiadas y después quemadas. En una noche Vedio Polion perdió una fortuna y ganó la burla a su nombre (también la inmortalidad literaria). Supongo que en el foro le señalarían: "Ahí va el de las lampreas, el banquero que chupaba la sangre".
(Yo creo que Augusto no lo hizo por piedad hacia el esclavo, sino por política. Si hubiera consentido en su presencia esa crueldad, lo hubieran tildado a él también de cruel. Al amparar al esclavo y castigar al banquero, se alzaba por encima de todos ellos: "Aquí el que manda soy yo, severo pero también piadoso y justo.")

A veces, la vida te quiere arrojar al estanque de las lampreas. O te dejas, o te resistes. Hay cambios en mi vida de escritor, espero que a mejor. Ya he firmado el contrato: este año publicaré con EDHASA. Ya os contaré más adelante.