jueves, 26 de febrero de 2015

Los señores del mal



Hoy no hablo sobre libros.

Ayer estuve viendo un documental, uno más, sobre la Segunda Guerra Mundial. Estaba vez trataba sobre el final de la guerra y la decisión del Departamento de Defensa estadounidense de invitar y animar a los grandes estudios de cine de Hollywood a visitar la Europa devastada tras la guerra para inspirarles argumentos sobre el conflicto armado, para dar propaganda a la Victoria, para  justificar el empleo de las bombas atómicas en Japón y para crear el mito del Soldado guerrero americano, que marcha joven y valiente a la guerra, dispuesto a luchar por el Bien, a vencer el Mal, y vuelve victorioso, mejor, más fuerte.



En el documental se habla de los retornados. Jóvenes traumatizados sobre su experiencia en Okinawa, en el norte de África, en Berlín; jóvenes necesitados de una reeducación para su regreso a la vida civil; mutilados y tullidos ofrecidos como ejemplos de superación y carácter en las múltiples películas heroicas que siguieron. En centros especiales del ejército se creó una sección especial de psiquiatría destinado a devolver la cordura a los que volvieron locos, mudos, petrificados por su experiencia de la guerra. El documental mostraba parta de esas filmaciones, vetadas por el gobierno durante 30 años: la vulnerabilidad de sus soldados, que los hacía tan humanos y débiles como cualquier otra persona, rompía el mito del soldado guerrero americano; nada de eso debía llegar a la opinión pública.

70 años después del final del conflicto, la Segunda Guerra Mundial sigue viva en el cine, en la televisión, en los libros. ¿Por qué? Porque la tecnología de las telecomunicaciones la hizo global. Porque la tecnología bélica mostró su eficiencia aterradora, a una escala nunca vista. Y lo más importante: porque nunca antes se manifestó que era una lucha por la Civilización. El Bien contra el Mal encarnado en el régimen nazi, y sus aliados, y en concreto, en una única persona con nombres y apellidos (el del bigotillo, que no voy a nombrar). Un Mal que se enorgullecía de querer exterminar una raza, una cultura, de aplastarlo todo y a todos, por orden de un megalómano que usó todos los recursos de una nación industriosa en su búsqueda del Apocalipsis, del Ragnarok. Después de la guerra, vendrían otras atrocidades, otros regímenes, una Guerra Fría. En los mismos países aliados que habían defendido la Civilización también  hubo muchos matices oscuros y detestables, y sigue habiéndolos, pero nunca, nunca se alcanzó una Maldad tan suprema ni tan eficientemente organizada. Terrible.

El Mal existe. Y de nuevo, se ha hecho carne, como un Sauron retornado. Hablo del autodenominado Estado Islámico (EI). Un cáncer que se opone a la vida y a la civilización, unos pocos decidiendo vida y muerte de muchos, sin más que su megalomanía y sus delirios para su justificación injustificable. Un engendro de nación que secuestra civiles, que dispara a los que no se convierten a su interpretación del Corán, que asesina porque sí a gentes de otra religión, de otra lengua, de otra raza; que los fusila, o peor, que los quema vivos. Que encadena a sus mujeres, esclavas; que decapita niños o les pone bombas y los llama mártires. Que saquea museos, que quema bibliotecas, que reescribe el pasado. Que se regodea en el sufrimiento y la tortura y la sangre y se alimenta de la esperanza de las familias y gobiernos de los secuestrados para pedir rescates imposibles, a sabiendas de que miente: pide sobre muertos. Que ha hecho de su horror local un horror global, al grabar y difundir por redes sociales y nuevas tecnologías sus matanzas y sus logros, su regreso de la Civilización a la Edad de Piedra. Para todos… menos para sus líderes, seguramente. Primus inter pares.

Qué arterias alimentan este cáncer, lo ignoro. Avaricia. Pobreza, hambre, ignorancia y seguro, desesperación. Y no toda la culpa de esa desesperación recae en el Estado Islámico. De la Segunda Guerra Mundial se han escrito muchos, muchos libros, ensayos, novelas…  y es bueno que así se haya hecho. Para no olvidar lo que ya pasó. Y para recordar las raíces de cómo surge el Mal.

A los que nos gusta la Historia, todo nos parece que se desarrolla en círculos.