Al escritor Blas Malo lo conozco desde hace
relativamente poco tiempo. Tuvimos ocasión de vernos en una de las mesas en las
Jornadas de Novela Histórica de Granada en el año 2014, en la asociación que él
preside, y desde entonces hemos mantenido un contacto más o menos periódico a
través de las redes sociales y los correos de la asociación, compartiendo
experiencias y, en ocasiones, sentimientos.
Pues bien; cuando conocí a Blas, a mí me llamó
poderosamente la atención un aspecto muy peculiar de él. Y es que Blas
pertenece a ese grupo de escritores, a mi entender privilegiado, que no ejerce
profesionalmente en las ramas de las Ciencias Sociales, Jurídicas, Artes y
Humanidades. Blas es un Ingeniero de caminos, canales y puertos; es decir,
usando la terminología clásica, un hombre de ciencia pura. Y no será ni el
último ni el primero. Ahí tenemos el ejemplo de Luis Martín Santos o Pío
Baroja, que fueron médicos. Gregorio Marañón también, en el género del ensayo. Ernesto
Sábato, fue físico; Lewis Carroll, matemático; y Dostoievski, al igual que Blas, ingeniero.
Dicho esto, yo estoy convencido de que Blas es
un gran escritor, entre otras cosas, porque detrás de ese escritor hay un
magnífico ingeniero. Y no se si lo hace de forma consciente o inconsciente,
pero el caso es que es capaz de trasladar ese conocimiento científico a la
creación literaria.
Y aquí pienso que radica el éxito de la cuarta nueva
novela de Blas, Lope, La furia del Fénix. El escritor Blas ha elegido para su cuarta novela un terreno arcilloso
y resbaladizo, pero el ingeniero que hay detrás del escritor ha sido capaz de levantar sobre ese terreno
una obra con maestría.
¿Y por qué digo que el terreno es arcilloso? Pongámonos
en situación. Blas, ambienta su cuarta novela en la figura de Lope de Vega en
pleno Siglo de Oro de la literatura española, ese período que abarca desde la
toma de Granada en 1492 hasta la muerte de Calderón de la Barca en 1681.
Y seamos sinceros y hagamos un acto de
contrición. ¿Qué sabemos de Lope de Vega
y el Siglo de Oro de la literatura? Salvo honrosas excepciones, poco. Y no
precisamente porque seamos incultos, sino por un claro desajuste educativo.
El primer contacto que hemos tenido con el
Siglo de Oro se produce en una edad excesivamente temprana; quince, dieciséis o
diecisiete años según los planes de estudios. Y en esa edad tan temprana nos
obligan a estudiar y a leer a Góngora, a Quevedo, a Cervantes, a Lope, San Juan
de la Cruz, a Fray Luis de León y a un largo etcétera de autores. Todo eso, en
uno o dos trimestres; y con la agravante de la omnipresencia de Cervantes, que
en el sistema educativo fagocita literalmente a todos estos autores.
¿Y qué recuerdo nos queda de ese Siglo de Oro
que estudiamos? Salvo honrosas excepciones, muy poco. En la mayoría de los
casos, tardes tristes, grises y aburridas de colegio, en las que escuchábamos a
los profesores como un runrún de fondo, hablando de cosas que poco o nada nos
interesaban porque, además, había otras manifestaciones artísticas más amenas y
divertidas que requerían una actitud más contemplativa y menos activa, como la
pintura o la escultura. Y, en concreto, de Lope recordamos tan solo que era un
señor serio y de aspecto eclesiástico, por ese retrato de Eugenio Cajés que
aparece en los libros de literatura, con un Lope con hábito clerical y cruz de
Malta; un señor que escribió Fuenteovejuna, además de otras muchas obras que
memorizábamos con extrañas reglas nemotécnicas para acabar confundiendo la
Galatea con la Dorotea. Y poco más.
¿Qué ha ocurrido entonces? Es muy simple de
explicar. A Lope de Vega hay que estudiarlo desde la madurez. Pero en esta
etapa de la vida da pereza volver a los clásicos; y, aún queriendo, sufrimos
una especie de síndrome de Stendhal, y ante tanta obra y tanto autor clásico no
sabemos por cuál de ellos optar; por lo que acabamos confundidos y nos
decidimos finalmente por otras
manifestaciones literarias más simples.
Este es el terreno arcilloso y complicado sobre
el que el ingeniero Blas ha tenido que levantar su obra. ¿Y cómo lo hace? De
forma muy hábil. En el capitulo I abofetea literalmente al lector y le dice
algo así como: - ¡despierta villano! Y
presta atención a lo que te voy a contar-. Y nos sitúa a un Lope en el
puerto de Lisboa, a punto de embarcarse con la Armada Invencible, en un lupanar
de mala muerte y con una prostituta portuguesa. Y Blas, lejos de presentar una
escena bucólico pastoril, con un Lope poeta que recita versos a su amada, nos
muestra una escena descarnada, con un Lope de Vega amando desenfrenadamente a la
portuguesa hasta llevarla al éxtasis; y, todo ello, mientras Lope piensa en su
mujer embarazada, que se ha quedado en Valencia, y en aquella amante que lo abandonó
por otro en Madrid. Con las velas de los buques de guerra ya desplegadas, y antes
de que el lector se de cuenta, Blas ha conseguido atrapar al lector y el
ingeniero ha estabilizado el terreno arcilloso.
A partir de aquí Blas, el ingeniero-escritor, construye
los pilares que sustentan la obra, que no son otros que los pilares de la
emoción, haciendo que el lector pase por todos los estados anímicos posibles,
como con la risa, la conmoción o la pesadumbre. Y que conozca de primera mano
la avaricia, la vanidad, la ambición y la soberbia.
De esta manera consigue arrancar la risa del
lector, con ese juicio a Lope por un poema injurioso, con un peculiar magistrado
que come pestiños entre juicio y juicio; y con un Lope acobardado y esposado
que, lejos de reconocer su culpa como un hombre de honor, se comporta como un
raterillo que atribuye la autoría a alguien que ya se fue de Madrid, o a aquel
otro que murió recientemente.
Blas consigue conmocionar con las escenas
navales de la Armada Invencible, con esos barcos repletos de sangre, de heridos
y de ratas, y con una tropa que no alcanza a comprender por qué los mandos no
dieron orden de atacar, si supuestamente eran los mejores e iban a vencer en la
batalla, y ahora se ven obligados a regresar a España humillados y derrotados.
Y provoca
un sentimiento de pena y lástima ante un Lope carente de recursos, que se ve
obligado a pagarle al médico con el único bien material de que disponía, que
era un ejemplar de la Divina Comedia.
Y
una vez puestos los pilares y levantada la construcción, el escritor le
pregunta al ingeniero de qué forma debe techar y cubrir su obra. Y el ingeniero
le aconseja que construya una majestuosa cúpula para dar cobijo a la novela. Y esa cúpula no es otra cosa
que la mujer; pero no una mujer individualmente considerada. De hecho, yo empecé
a anotar las mujeres a las que Lope amó y opté por dejar de contar, pues daba
igual que fueran quince o cincuenta. Esa mujer a la que se refiere Blas es la
mujer como concepto, la mujer como objeto de un deseo irrefrenable del que Lope
no se arrepiente lo más mínimo. Como el propio Lope dice en un momento de la
novela, “si dios ha sembrado este deseo en mí tendrá que tolerarlo”.
Estabilizado
el terreno, levantados los pilares y construida la cúpula, Blas adorna este
edificio; y lo hace con un estilo cuidado, con un léxico riquísimo y
construyendo frases perfectas; recurriendo al flashback solo cuando es absolutamente
necesario para no apartarse del argumento lineal; y con un correctísimo uso de
las acotaciones que integran la narración dentro del dialogo.
Construido
y adornado el edificio, en su interior nos muestra una pieza dividida en cuatro
actos donde se hablará de temas universales como el amor, el desamor, y la
envidia, materializada en las rencillas literarias y en esas tertulias
literarias de Sevilla, que se asemejaban más asociaciones de mafiosos que a
reuniones culturales.
Y
consigue finalmente que el lector tome ojeriza a Góngora y al mismísimo
Cervantes. A ese Cervantes que lo calificó como “monstruo de la naturaleza”. Y aunque todos piensan que aquella
denominación fue un elogio, yo estoy convencido de que se trató de un insulto,
pues es la misma expresión que don Quijote emplea para humillar a Sancho Panza
en el capitulo cuarenta y seis del Quijote, cuando lo llama, entre otras
lindezas, villano, ignorante, mal mirado, deslenguado, bellaco…Y acaba
diciéndole: ¡Vete de mi presencia,
monstruo de la naturaleza…! Si Cervantes está empleando el mismo
calificativo con Lope y con Sancho Panza, difícilmente puede entenderse como
elogio lo que antes utilizó como un insulto.
Vista
esta construcción, si a mi me preguntan si yo recomiendo la obra, por supuesto
que diré que sí. Lope, la furia del Fénix, es una obra leerla con calma, sin prisas,
recreándose en todo lo que cuenta Blas, que es mucho, y sin buscar el desenlace
de forma precipitada. Solo de esa manera se podrán descubrir todos los secretos
que la novela esconde; entre otros, que el propio Blas interviene cual Alfred
Hitchcock en su propia película, apareciendo fugazmente en la novela y oculto entre líneas. El reto para el lector estará en encontrarlo.
Pero
voy aún más lejos. Si yo fuera ese profesor de literatura del que hable al principio,
indudablemente me vería obligado a explicar a mis alumnos todo lo que supuso el
Siglo de Oro, pues académicamente sería lo exigible; pero les aconsejaría
además que leyeran esta obra de Blas. Y yo estoy convencido de que ese alumno,
antes o después, aparecerá por cualquier librería y le pedirá al librero algo
de ese genio que fue Lope, para conocer de primera mano lo que ese autor
escribió. Y ese alumno que primero leyó a Blas, leerá después a Lope.
Por Jaime García-Torres Entrala, autor de "El aroma de Bitinia"