Como decía Hemingway, "No te preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti", y en este caso haga mía su cita. Hoy es 7; ¡me quedan 18 días de soltería!
Así que, sí, estoy entretenido con los preparativos. Respecto al Plan B, el próximo viernes será el día clave para cambiar mi futuro laboral (o no, qué desdicha). Como hoy lunes no trabajo por ser fiesta local he aprovechado para dedicarlo a mi segunda novela ABIZ (¡Arde Bizancio!), cosa que agradezco. ¡Echaba en falta dedicarme cuatro horas seguidas a una misma tarea, sin cortes ni interrupciones! He terminado la Rev1 de la Sinopsis, con nuevas ideas, y el Hilo Temporal a partir del cual todo va encajando, y justo cuando redactaba esta entrada me han llegado noticias de la Agencia al correo electrónico.
La nueva revisión del EEDLA les ha gustado; me indican un par de detalles más y cuando la tenga lista será el momento de entrar en conversaciones con las editoriales. ¡Así pues, todo es inminente! Eso me obliga a aparcar otra vez ABIZ y dedicarme de lleno al EEDLA. Es el último tramo de esta etapa, espero que luego sigan más.
Hoy os dejo con una pequeña muestra de "¡Arde, Bizancio!". Espero que os guste.
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(¡ARDE, BIZANCIO! Extraído del Capítulo XVII: El Patriarca)
Calínico salió de palacio seguido por sus dos guardianes y se sentó a la sombra de la Columna de Justiniano en el Augusteon. Miró a uno de los soldados, miró al otro y rió por lo bajo entre dientes. No eran novatos. No estaban allí por gusto. Uno enarcó las cejas. Otro apretó con fuerza la empuñadura de la espada.
El alquímico respiró profundamente, se levantó y se les quedó mirando fijamente.
-Sois soldados. No tendríais que estar vigilando a un viejo. Tendríais que estar en otra parte. Sí, en otra parte.
Sus ojos les miraron con una intensidad desconcertante.
Los numerosos viandantes y los vendedores ambulantes no repararon en ellos. Pensarían que sería alguna especie de ceremonia militar. Dos soldados velaban la columna del vigoroso emperador en reconocimiento a su memoria. Los senadores cruzaron la gran plaza tras su reunión matinal, donde se había denegado un incremento en los impuestos para convencer a los búlgaros a realizar una alianza militar. En Hagia Sophia los diácones cursores anunciaron a viva voz con sus llamadas hora tras hora. La columna imperial trazó su sombra sobre el enlosado de piedra como un gigantesco reloj de sol.
El amo y señor de los cielos calentó la ciudad durante horas y ellos no se movieron. Las palomas bebieron agua de las fuentes y de los cubos varias veces. Los cascos de metal debían estar como una marmita caliente.
Belerofonte cruzó el Augusteon con furiosas zancadas. El Senado también había rechazado incrementar el presupuesto de guerra con un impuesto especial sobre los ciudadanos de Constantinopla. La capa azul le agobiaba. El calor hacía hervir el agua con la que un esclavo limpiaba los pórticos. No corría ni una pizca de brisa. ¿Qué hacían esos dos soldados al sol junto a la columna?
Se acercó a ellos. Estaban en posición de firmes. Les ordenó moverse y no respondieron. Belerofonte estaba cansado. Recordó la cara del de la derecha.
-¡He dicho que qué diablos hacéis aquí!¿Dónde está el alquímico?
Los dos soldados volvieron a la vida con un sobresalto. Aturdidos, miraron a su superior, se tambalearon y empezaron a sudar profusamente. Cayeron al suelo como abatidos por un rayo.
-¡Trae agua, rápido! –gritó al esclavo. Les quitó los cascos, que ardían como salidos de una forja -¿Dónde está Calínico, soldado?
-No... no lo sé, señor –balbuceó uno de los tagmata antes de volverse y vomitar.
El alquímico había desaparecido.
(Por Blas Carlos Malo Poyatos. Todos los derechos reservados)