Estaban tan contentas la naranjas en su árbol que se preguntaban chispeantes qué harían aquella mañana tan luminosa. Si todo iba bien aquel era el día tan esperado. Dicharacheras y sonrientes, como solo una naranja puede estarlo, preguntaban una y otra vez cuándo irían de excursión. ¡Qué emocionante! ¡Por allí venían ya a recogerlas! El naranjo (¡ah, esa paciencia de padre!) les daba los últimos consejos antes de largo viaje. Sed buenas, no os emberrinchinéis por caprichosas, portáos bien, y tú, Claudia, cuídalas, no seas agridulce que te conozco. Chillando de alegría (¡niñas!, suspiró el naranjo lleno de tristeza) se montaron todas en tropel, atropellándose, como si no hubiera sitio para todas. Pronto se juntaron con muchas otras. Algunas se entusiasmaron con la idea y pronto hicieron buenas migas, pero otras se entristecieron y se pelearon. En algunas naranjas había arrugas de desagrado. En realidad el transporte no era tan confortable como habían previsto, y a muchas no les llegaba el aire acondicionado.
A mitad del trayecto algunas empezaron a sentirse mareadas y mal. Claudia, la mayor, vigilaba como podía a sus hermanas, y cedió su mejor sitio a la pequeña Navelina, que lloraba sin parar y estaba inconsolable, y muchas otras creían que a lo mejor no era tan buena idea lo del viaje. Claudia empezó a sentirse enferma, como con gran pesadez. Unas motitas verdes y blancas aparecieron en su piel. Cerró los ojos deseando que bajara la fiebre. ¡Siempre había querido viajar y ahora precisamente se ponía así!
El transporte paró de pronto de golpe, y todas cayeron rodando, en una pelotonera, quejándose por el golpe. Algunas lloraban y otras estaban sangrando. Olía a sal y a gaviotas. Todas las puertas se abrieron y las naranjas gimieron asustadas al ver las botas militares, las manos rudas que las sacaron y las arrojaron fuera sin miramientos. Claudia ya estaba casi vencida por el moho del largo viaje, y lo último que vio fue a sus hermanas llorando bajo un sol radiante, en el país de sus sueños que se había trasformado en inalcanzable para ella.
Quien tenía que enterarse se enteró, pero no importaba, había más naranjas al otro lado del Estrecho.
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