Es el
comentario que me hizo hace unos días un compañero de trabajo. Según él, como
vivimos en un mundo global, ¿para qué ir a una tienda, si todo puede comprarse online?
Y es que esa parece la tendencia para todo. Antes ibas a una tienda porque
tenía escaparate donde ver qué ofrecían y entrabas a comprar porque era donde
podías adquirirlo. Ahora, ni siquiera los productos perecederos se salvan. Todo
puede comprarse a través de una pantalla. No es necesario salir de casa.
No es que sea algo malo. Es práctico,
desde luego. Yo también compro online, y casi siempre libros. Pero mi
preferencia es acudir a una librería. Compro online porque no tengo tiempo de
escaparme dos horas a perderme entre libros. Cuestiones de tiempo y familiares.
¿Qué busca alguien en una
librería?
-Una recomendación de lectura
por parte de un librero. Pero mi compañero dice que ya por la red puedes
encontrar la opinión de miles de consumidores sobre cualquier cosa, que miles
de anónimos comentaristas hablan sin tapujos de lo bueno y de lo malo, sin
sesgos interesados. Que un librero no puede saber sobre todos los libros que
vende, así que al final casi seguro que lo que te comente no te aporta nada.
-La lujuriosa satisfacción de
ver estanterías llenas de libros, posibles lecturas satisfactorias. Pero mi
compañero dice que en cualquier web de libros un lector curioso puede hallar lo
mismo en su inacabable catálogo digital.
-El placer encontrar un libro
insospechado que le sorprenda. Pero mi compañero dice que eso de comprar al
azar no requiere ir físicamente al establecimiento.
-Una librería es un punto de
encuentro cultural. Pero mi compañero dice que no, que una librería es un
almacén de libros, que trae libros de otro almacén aún mayor, y que para qué
pagar por un intermediario.
-La palabra escrito porque
alimenta la imaginación y la curiosidad. Pero mi compañero dice que ver una
página llena de letras le aburre y está obsoleto. Lo que hay que hacer, dice
él, es presentar las historias de los libros en formato serie o documental, con
modelos tridimensionales, escenarios, música evocadora, algo excitante que no
aburra, y que no requiera tanto esfuerzo de concentración.
Pero la gente sigue leyendo (salvo mi compañero). Cada año se sigue
celebrando la Feria del Libro de Frankfurt (este año del 10 al 14 de octubre)
donde acude cientos de agentes y editoriales a negociar publicaciones y
traducciones de miles de libros, de un país a otro. La lectura sigue viva,
compitiendo con otras formas de entretenimiento audiovisual. Pero la palabra
escrita es la fuente madre de la que se alimentan esas otras formas. Acudir a
la fuente madre es una poderosa experiencia. Cada libro es una llave a otro
mundo, pero ese mundo depende de cada persona, de sus emociones, experiencias e
imaginación. En algunos se convierte en adición. En otros, nada. La palabra
escrita no es para todos. Y sin embargo esa misma palabra en imágenes puede
convencer a los renuentes. Al final, lo que pasa es que queremos que nos
cuenten historias, y nos gusta el aspecto tribal de compartir esas historias y
experiencias.
Por eso acude la gente a la librería, para convertir una actividad solitaria
en una actividad de tribu. Por eso podrás jugar online en casa, pero preferirás
hablar de libros en persona con otros bibliópatas en una librería.
Creo que quien no lee se está perdiendo uno de los placeres de la vida.