Si pregunto quién fue Lope de Vega, muchos sabéis la respuesta. Autor del Siglo de Oro, escritor de comedias de éxito, enemigo de Góngora y de Cervantes, y luego también de Quevedo... Mujeriego, apasionado, insomne, experto espada y de mano firme y escritura desbordante.
¿Pero quién sabe quién fue Cayetano Alberto de la Barrera?
Silencio.
Yo no lo conocí hasta que comencé la documentación para LOPE. LA FURIA DEL FÉNIX. Su historia es bastante triste. La de un lector que quiso vivir de su ilusión: de los libros, y no lo consiguió.
Era hijo del farmacéutico Antonio de la Barrera y Canales, cuya
familia provenía toda del ámbito militar, y de María de la Concepción
Leirado y Ortega.
Nació en Madrid y a pesar de su mala salud estudió en el Colegio Imperial de los Jesuitas
y obtuvo el bachiller en Filosofía en el Colegio de San Carlos. Quiso hacer Derecho, inició
Medicina, pero la carrera que terminó fue la de Farmacia en 1837 y
trabajó en la botica de su padre, ya enfermo: marchó por cuestiones de
salud a un clima más seco y puso una farmacia en Martos
(Jaén) durante dos años. A fines de 1844, recuperado, ya estaba otra
vez en Madrid. Murieron sus padres en 1852 y tras llevar la botica
cuatro años la malvendió en 1856, consumiendo su patrimonio en comprar
libros raros para sus investigaciones bibliográficas, pero subsistiendo
de las rentas de una propiedad heredada.
Libros, libros, libros por todas partes. La historiografía era su ilusión. Y sacrificó todo lo demás por ella. Casó tardíamente en el año 1867 con 51 años y un mal negocio le hizo perder la mitad
de sus bienes; como además tuvo una niña, (luego tendrá otras dos) tuvo
que vender sus libros, volver a trabajar de farmacéutico y hacer
oposiciones para el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, a lo que le
daban derecho sus numerosos trabajos bibliográficos, pero en ausencia de
plazas, fue creada una a duras penas para él de miserable oficial
tercero en la sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional
encomendándosele la ingrata tarea de confeccionar un índice por
materias. Murió pobre dejando tres niñas en la infancia y una viuda,
para la que se le pidió una cortísima pensión.
Se dedicó con pasión al estudio de los genios españoles del Siglo de Oro, y él debemos una importante biografía sobre Lope de Vega, con la aportación de nuevos datos, apuntes y manuscritos que mostraban al verdadero Lope. Le supuso numerosos quebraderos de cabeza con la moralidad imperante del s.XIX. Lope ya no era un cristiano abnegado y luego sacerdote, sino un mujeriego pecador del que podía decirse mucho malo y poco bueno.
Me lo imagino a veces renegando de sus malas decisiones: dejar una botica que daba ingresos seguros por una afición a libros malolientes, añejos y desvencijados, y por un puesto misérrimo que le hizo malvender su propia biblioteca para dar de comer a su familia. En su cuarto, se sentiría como el Bibliotecario de Alejandría; fuera, con los lloros de las tres niñas y el lamento de su mujer, la zarpa de la pobreza, se sentiría el más desgraciado de los hombres.
Los libros matan. O más bien, los libros requieren sosiego. Algo que en la vida moderna se carece cada vez más. Y lo que mata es nuestra frustración por no poder dedicar más tiempo a nuestros libros.