domingo, 7 de agosto de 2011

Escribir una novela (I): el universo literario

Ayer estuvimos cenando en LA MAFIA, un sitio totalmente recomendable con una comida excelente, un local de inspiración en los años 30 y un precio excelente. Las lámparas, el papel de la pared, el mobiliario, y las numerosas fotos de gangsters mafiosos nos hicieron sentir, según donde miraras, en el Chicago de la Ley Seca, o en Italia con la "Familia".

Un gran cartel de "El padrino" con Al Pacino al que besan las manos con devoción nos vigilaba la mesa.

Lo que me dio por pensar que seria interesante unas series de entradas breves sobre mis experiencias de cómo escribir una novela. La primera, dedicada al importancia del entorno.



Digamos que vamos a escribir una novela. Para escribir hace falta:
-Un marco temporal, una época.
-Un marco espacial, un lugar.
-Unos personajes.
-Unos conflictos entre personajes, que generen una trama (presentación, nudo, desenlace)
-La habilidad para engarzarlo todo en un todo.
-Y hacerlo de forma que tanto el escritor como el lector disfruten con su lectura.

Escribir una novela es como ir a un restaurante temático. Al entrar por las puertas te sumerges en un ambiente diferente. Dentro, el Chicago de los años 30, muebles, música, decoración, sabores. Fuera, el s.XXI que vivimos todos los días.

Para escribir una novela no es necesario describir el universo completo conocido. Como el restaurante, el espacio es finito. El número de hojas es finito. Hay que crear el marco fisico y temporal que necesitan los personajes, ni más ni menos, y dar sólo pistas al lector de lo que hay más allá.

Por ejemplo, una novela negra. Si toda la historia va a transcurrir en Chicago, no vamos a necesitar conocer que sucede en Louisiana en ese mismo instante. A lo mejor sólo es necesario dar una referencia vaga sobre el jazz, o sobre que de allí viene un personaje. No hay que describir el Mississippi ni cómo corría el alcohol y la sangre en los garitos clandestinos, si los personajes nunca pretenden ir allí. Uno come en el restaurante, dentro de unos límites definidos que acepta. No se pregunta cómo sería comer en mitad de la calzada.

Hay que saber distinguir el marco físico que vamos a necesitar describir para situar a nuestros personajes y nuestra historia.

En mi primer borrador de "El esclavo de la Al-Hamrá" (Ediciones B), estaba inquieto, porque creía que sería necesario saber absolutamente todos los detalles al situar mis primeros personajes: qué ve, qué oye, qué saborea, qué viste, qué gestos hace, qué costumbres religiosas le caracterizan, qué huele, por dónde vive... con lo que salían páginas y páginas de descripciones de objetos, calles, personas. Cientos y cientos de palabras sin ningún diálogo.

Pasado el tiempo, revisé todo. Y corté mucho. Me dí cuenta que el lector no necesita que se lo den todo hecho. El lector es un ser humano con ansia de imaginación. Si se la da todo descrito, se aburrirá porque su mente no participa del libro. Pero si se da lo justo, su imaginación entrará en juego y vivirá la historia mucho más.

Eso es importante sobre todo en la descripción física de los personajes. No es necesario hablar la primera vez que aparece un personaje sobre su anatomía completa, esto no es un compendio de medicina. basta dar unas pinceladas, las necesarias, a lo largo de la historia. La mente del lector hará el resto, completando según sus propias vivencias, y disfrutará más.

Un ejemplo:
1.-La casa estaba orientada al sur, con los muros encalados. Era grande, con las esquinas trazadas con piedras angulares y tenía tres ventanas delante y cuatro detrás, y dos plantas de altura, y los aleros sobresalían dando sombra en la calle protegiendo a los viandantes del caluroso sol del verano, a la salida de la mezquita del barrio junto al Hadarro. La puerta había sido tallada por carpinteros nazaríes que habían trabajado en la Sala de los Reyes, en el Palacio de la Alhambra, residencia de los sultanes de Granada protegidos por Alá y el santo profeta, y cuando Matmut, alto, joven de cinco pies y medio de altura, no mal parecido a pesar de sus orejas y su barba rala, pasó las yemas por los grabados y resaltos de los artesanos comprendió cuánta riqueza podía esperar encontrar en la casa del joyero. Pero la más preciada de las joyas era su hija Sara, tan alta como él, con un pelo castaño, ojos oscuros y tez clara, era ambidextra, hábíl con la práctica del laúd y su voz de plata traspasaban los gruesos muros de tapial de mortero, piedras y cal, llegando a la calle empedrada por la que un reguero de orines y podredumbre se deslizaba hasta encontrar un hueco en el pretil de piedra por el que se vertía directamente al cauce del rio urbano, por encima de las tenerías donde muchachos desnudos curtian con los pies desnudos las ricas pieles de zorros, gamos y vacas que los ricos comerciantes luego vendían en buenos dinares a los insaciables cristianos más allá de las fronteras de Al-Andalus. Matmut se decidió y tocó con el llamador en forma de herradura a la puerta, esperando que alguien le abriera.

2.-Matmut llegó a la casa del joyero judío. Dentro estaba Sara; podía oír su voz acompañando al laúd. El olor de las tenerías lo invadían todo desde aguas abajo. El sol caía a plomo. Tocó con el llamador a la puerta, esperando que abrieran.

3.- La casa del orfebre judio era grande y hermosa, encalada de blanco y esquinas de piedra. Estaba orientada al sur, evitando las efluencias pestilentes de las tenerias que ensuciaban el río Hadarro aguas abajo. Matmut apreció la belleza de la puerta de entrada, tallada por artesanos que habían trabajado en la Alhambra. Se notaba que el judío era pudiente. Dudó por un instante, hasta que la oyó cantar. Su voz y las notas del laúd llegaban a la calle, sobresaltándole.
-Sara... -murmuró Matmut, acercándose a la puerta bajo la sombra del alero del tejado, que protegía la entrada del sol que caia a plomo. Ningún otro viandante se veia por la calle. Aún recordaba cuándo la había visto en el zoco, con su tez clara, su pelo castaño asomando bajo el pañuelo, y los hoyuelos que su risa creaba adornando sus mejillas y sus labios sonrosados. Su mirada risueña le había atrapado. Que Alá le perdonara, si no era ella la más hermosa de todas las mujeres.
Tomó el tirador en forma de herradura y llamó a la puerta, tres veces. Su amo le había enviado con un recado, y él tenía así una oportunidad de verla de nuevo. Esperó impaciente a que alguien le abriera.


El primer ejemplo es el de un exceso de descripción, que aporta muchas cosas y la vez nada. Da muchos detalles, pero no explica nada, ni sobre la escena ni sobre los personajes. Todos esos detalles, si se dan de golpe, atragantan; mejor es repartirlos a lo largo de los capítulos... o incluso eliminarlos. ¿Es importante para la historia saber que los carpinteros de palacio tallaron esa puerta?¿No? Entonces, puede que sobre.

El segundo ejemplo es demasiado frío y escueto. No sería un ejemplo de una escena escrita, sino un esbozo para el guión de la novela, que nos indica de forma general una escena sin detalles. Hablaremos otro día sobre el guión. Sólo serviría para la novela si todo lo que necesitamos que el lector sepa ya lo sabe de capítulos precedentes, y queremos hacer una transición entre escenas. Entonces, serviría como transición, no como escena en sí.

El tercer ejemplo, se centra en detalles especificos que mezcla con detalles generales, sin frases kilómetricas, sencillas y con un sentido concreto. E introduce diálogo, acercando la escena al lector y haciéndolo todo más fluido. Al hablar de Sara no dice: sus ojos son almendrados, simétricos, de tez despejada, orejas proporcionadas, nariz ligeramente respingona, dos lunares en el rostro, cintura estrecha, pechos turgentes,... todo eso al lector le llega de forma pasiva a su mente. En cambio, dice "que era la mujer más hermosa del mundo". El lector, de forma activa, invoca a sus propios recuerdos, y asigna los rasgos de las mujeres de su vida al personaje completando su descripción y dándole un toque de emoción personal. Eso se consigue mezclando detalles concretos y generalidades.

Recomendación: los diálogos dan dinamismo. Párrafos y párrafos de descripción en tercera persona aburren. No hay que describir todo el Universo conocido antes de comenzar la historia, sólo lo preciso.