Pues sí, Hemingway fue rechazado veintisiete veces, veintisiete nada menos, veintisiete editoriales que lo descartaron mondo y lirondo. Que luego ganara el premio Nobel de literatura no es lo importante, sino que encajó veintisiete derrotas una tras otra y sin embargo volvía a levantarse. Todo un peso pesado de las letras.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Relatos Solidarios: El Sortilegio
Desde el Blog de Martikka me ha llegado una iniciativa de colaboración en la creación de un libro de relatos para recaudar fondos a beneficio de la Fundación Vicente Ferrer, cuyo trabajo en India en favor del desarrollo de los desfavorecidos es realmente impresionante.
Los interesados en colaborar gratuitamente con un relato tenéis de plazo hasta el 9 de marzo de 2009. Podéis ver toda la información en el Blog de Javier Ribas, promotor de la iniciativa.
Os dejo con el relato que he enviado; lo he titulado "El Sortilegio"
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EL SORTILEGIO
Mi padre se enfadó mucho cuando repetí lo que aquellos hombres me habían dicho. No sólo le parecía vergonzosa mi curiosidad. Le indignaba que unos extraños hubieran hablado conmigo, una niña comprometida, para burlarse de mí.
Yo bullía por rebelarme, roja de vergüenza. Había encontrado a aquellos hombres camino del pozo junto a mi amiga Sati. Yo odiaba mi cubo, odiaba los interminables viajes en busca de agua desde mi casa, mientras mis hermanos seguían durmiendo antes del alba.
—¡Cómo se atreven a reírse de una niña! No debieron engañarte. Tienes un futuro por delante: servir a tu esposo y tener niños. ¡Lo que así fue así será!
Pero aún así deseaba que se cumpliera lo que nos habían prometido, pala en mano. Prometieron que tanto Sati como yo seríamos artistas, aprenderíamos a pintar, y eso sería sólo el principio.
Y uno de aquellos hombres pintó para cada una un sortilegio en un papel arrugado.
—Guardadlo bien, y seréis lo que soñéis ser. Vuestro sueño crecerá si lo alimentáis de ilusión.
Al día siguiente otros niños pidieron que pintara para ellos. Y aquel hombre, siempre con su sonrisa, nunca dijo no.
Las suspicacias de mi padre terminaron cuando le ofrecieron trabajar para ellos. Cuando me dijeron que ya no haría falta que fuera hasta el pozo, no pude creérmelo. Cuando terminaron la escuela y pidieron que fuera con ellos, yo seguí sin creer sus palabras de aliento. Pero cuando el primer día me senté en las sillas junto a Sati y más niños y vi llegar al hombre sonriente recordé su rostro y abrí mi papel, manoseado de tanto usarlo.
—Son vuestros nombres —nos dijo—, y todos vosotros sois importantes. Desde hoy vuestros nombres pueden conseguir que vuestros sueños no se borren.
—Enséñame cómo —le pedí, y él sonrió. Nos enseñó a pintar nuestros nombres.
Y aquello no fue más que el principio.