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miércoles, 8 de octubre de 2008

RELATO: Una mala vida (III)

La Cadena Ser, en su programa "Hoy por Hoy2 y en colaboración con la Escuela de Escritores ha puesto en marcha un año más su concurso semanal de microrrelatos "Relatos en Cadena 2008-2009". La gracia del concurso consiste en escribir un relato de máximo 100 palabras, y que comience con la última frase del ganador precedente.

El premio de final de temporada, que se otorga entre los ganadores de cada mes, es 6000 euros (entre 100 palabras quiere decir que premian 60 euros por palabra, ¡no está mal!)

Puedes participar aquí

Aquí va mi participación de esta semana (exactamente 100 palabras, ¡fiuu!), siguiendo con las desventuras de Garrigan.

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("Una mala vida")(microrrelato y tercera parte)

Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito. Niños. A pesar del reflejo del sol, el agente Jimmy Garrigan volvió a orientarlo hacia la mansión de los Pioretti desde su Mustang. Un atraco, cinco muertos y cuatro millones desaparecidos. Dick Caraplomo Perry estaba huido y reclamaría en cualquier momento su parte del botín. Garrigan comprobó su Smith&Wesson. Estaba cargada hasta la última bala. De repente el sol dejó de deslumbrarle.
-Mira a quién tenemos aquí —dijo Caraplomo amartillando su Beretta por la ventanilla —. Manos al volante. Y cuidado.
Era mal día para dejar de fumar.


@Copyright Blas Malo Poyatos. Todos los derechos reservados.

lunes, 6 de octubre de 2008

RELATO: Una mala vida (II)

(Una mala vida) (Segunda parte)

Había sido un golpe espectacular. Se hicieron con la clave de la caja secuestrando a la hija del interventor y habrían escapado ocultos entre los rehenes de no ser porque alguien dio el chivatazo. Por lo visto a alguien, gordísimo de ceros, no le gustaba que nadie metiera sus manazas en su tarta. Perry mató a cuatro policías antes de rendirse. Lo primero que pidió fue un cigarrillo rubio. Lo segundo fue un abogado. Y sin embargo, cuatro millones habían desaparecido.

El celador entrado en carnes se echó a temblar en cuanto vio la placa. Una enfermera en prácticas se alzó tras el mostrador. Hecha un manojo de nervios se recompuso la falda olvidando abrocharse un botón de la camisa, y como una gata asustada huyó en busca de un historial con el que entretenerse. El celador tragó saliva. Garrigan sacó un cigarrillo, pero recordó que estaba en un hospital.
—¿El depósito?
—La puerta del fondo, a la derecha al final del pasillo. Bajando las escaleras.

El agente encendió el cigarrillo. Iba a dejarlo, maldita sea, pero el último siempre se le resistía.

En el silencio de los pasillos desiertos oyó una puerta batirse sobre sus goznes. Sacó su Smith&Wesson de 9 milímetros. La puerta que aún se balanceaba era la del depósito. Un olor rancio a tabaco mascado le vaticinaba problemas. Sonaron dos disparos y dos gritos, eran los sonidos de una Beretta. Su canción de muerte era inconfundible. Garrigan entró de golpe y se encontró cara a cara con Dick Perry y a un agonizante Fillerone sobre un charco de sangre. Se tapaba el hígado.
—¡Dick, suelta el arma!
El asesino se volvió. Garrigan interpretó aquella mueca como una sonrisa. Además del italiano había un chico grandote con uniforme verde y guantes de látex sacando una camilla vacía del frigorífico y mirándoles con cara de bobo.
—¡Agente, llame a un médico!¡Me muero! —gimió Fillerone.
—Oh, cállate ya, soplón —dijo Caraplomo, descerrajándole el tiro definitivo en el estómago—. ¿Cuánto esta vez, Jimmy?¿Doscientos?
El agente bajó el arma lentamente. Suspiró y asintió.
—Nunca más, Dick. En billetes pequeños. Ya sabes dónde.
Dick Caraplomo sonrió, escapándose como una sombra. El bobo del auxiliar cogió el cadáver de Paolo y lo puso sobre la mesa de acero frío, listo para su ritual. Garrigan le miró con lástima.
—No tendrías que estar aquí, hijo.
El auxiliar sonrió.
—El depósito no está tan mal. Siempre está lleno de mujeres.

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El sábado tuve un Jaén una reunión familiar, la comida anual que celebramos todos los años en el pueblo de Torreperogil. Allí me llevé una sorpresa. Existe una teoría que dice que todas las personas estamos dentro de una red social donde no existe más de seis grados de separación.

Pues bien, hablando de mi novela y de mi afición a la escritura, surgió el tema del mundillo empresarial editorial y de las dificultades de publicar, y por pura casualidad salió a relucir que uno de mis tíos abuelos, residente en Madrid, conoce a un escritor, de sus años mozos allá en la posguerra. Así que le di a mi tío una copia. Si ese veterano de las letras lee la novela y me dice algo al respecto bienvenido sea.

En fin, una noticia inesperada, ya veremos dónde termina esta nueva aventura.

viernes, 3 de octubre de 2008

RELATO: Una mala vida (I)


El programa de radio "La Rosa de los Vientos" (Onda Cero) ha incorporado este año la sección de MICRORRELATOS 2008. En cada programa se leerá en las ondas el relato de uno de los oyentes, en la voz del presentador radiofónico Paco de León. El genero puede ser ficción, ciencia ficción, historia y fantasía, con una extensión de entre una cara y cara y media (para que leído dure 3-4 minutos).

Podéis enviar vuestros relatos al correo rosa.vientos@ondacero.es indicando que es para MICRORRELATOS 2008. No olvidéis incluir título del relato, nombre y ciudad.

Yo ya he enviado un relato, espero enviarles más porque me sirve para airear la mente y cambiar de registro. Me ha pasado a la Novela Negra. Os dejo con "Una mala vida". Que aproveche.

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("Una mala vida", primera parte)

Cuando el Chicago Tribune anunció en titulares que Dick Caraplomo Perry había escapado antes de comparecer ante el tribunal, los gritos de la indignada ciudadanía obligó al gobernador a exigir al departamento de policía una respuesta contundente. Alguien estaba metido en el asunto hasta las cejas. Un hombre así no debe estar libre, dijo el comisario Edwood, y si el sistema ha fallado tu deber es remover cielo y mierda hasta dar con él. Así se encontró Jimmy Garrigan, agente desencantado, amante del bistec y enemigo del agua sin aliño, de noche frente al barman del Little Soho. El barman le miraba con su sonrisa de veinticuatro quilates mientras secaba vaso tras vaso de los parroquianos, tan silenciosos como el billar manchado y ese cuco de pared que nunca acertaba las horas.
—Échale fuego a estos témpanos solitarios y vuelve a mirar esta foto. Sé que lo has visto. O eso, o que no lo recuerdas —y sacó de su billetera descosida veinte dólares que dejó sobre la barra.
El barman escanció por cuarta vez el whisky de doce años sobre el hielo a medio consumir sin dejar de sonreír. Garrigan puso dos billetes más.
—Ahora recuerdo, un hombre entró ayer buscando a Paolo Fillerone. Paolo nunca falta a su partida de billar. En cuanto le vio, el desconocido cogió un bate y le abrió la cabeza a uno de los hombres que intentó detenerle. Dijeron cosas muy feas. Que le mataría. Lo habitual.
—¿Y era él?¿Seguro?
—Seguro. ¿Cómo olvidarlo? Su rostro parecía un puzzle. En su barrio la viruela debe ser de plomo —le sirvió unos cacahuetes salados que el agente no rechazó.
—¿Dónde puedo encontrar a Paolo?
El barman se encogió de hombros.
—Pero si ya lo sabes. ¿Por qué me pones en un compromiso? Los italianos tienen una extensa familia.

Sí, Garrigan lo sabía. Paolo Fillerone, el cerebro que había planeado el atraco del Bank of America seis meses antes, había buscado cobijo como un polluelo asustado bajo las alas de los Pioretti. Salió a la calle. La bruma nocturna otoñal cubría las calles silenciosas. Buscó una cabina y telefoneó a un número. Una voz somnolienta preguntó quién era.
—Soy Garrigan, Mike.
—¡Por tus muertos, Jimmy!¿No sabes que son las cuatro de la mañana?
—Cierra la boca. Tú sabes cómo están las aguas en casa de los Pioretti. Busco a un hombre. ¿Dónde está Fillerone?
—¡Vete al infierno!¿No has leído las noticias?¡Caraplomo está suelto!¡No quiero ser una raya más en su lista!
—¡Escúchame! O me dices dónde está o te aseguro que Carlo Pioretti se enterará de cómo resolví el caso Bowkosky. ¿Te gustan los apartamentos a dos metros bajo tierra?
—¡No, no! Espera. Maldita sea, Jimmy, búscale en el Cook County Hospital. Está en el depósito. Yo no te he dicho nada.
—Un lugar excelente. Gracias, Mike.


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