El pasado fin de semana (16 y 17 de marzo) se celebraron en Granada las Primeras Jornadas de Novela Histórica (Nuevos narradores de Al-Ándalus) en las que Ana Morilla, Carolina Molina y yo hemos estado implicados como organizadores. Han sido dos días memorables. Primero, por la enorme calidad de los autores y ponentes en las mesas redondas; segundo, por la gran presencia de público y sus intervenciones; y tercero, por la ayuda logistíca prestada por todo el personal de la Biblioteca de Andalucía en Granada, sede del evento.
Acercar libros y novela al público y lectores era la meta buscada, y se ha conseguido de pleno. Además de las mesas redondas se había organizado un stand de libros, y entre sesión y sesión se dio oportunidad a los autores para firmar libros al público. Otro éxito. Creo que hacía tiempo que los autores que participaron no se sentían acosados en busca de su dedicatoria.
Y es ese contacto autor/lector el que puede hacer que una lectura sea una experiencia única. Como ya he dicho en una entrevista, un autor debe conseguir que el lector tenga una Experiencia de su libro, antes siquiera de que abra el libro. Experiencia con mayúscula en el tú-a-tú, por ejemplo revelando detalles del proceso de creación, su relación con su situación personal, las curiosidades de su documentación previa, las serendipias que se producen durante todo el acto de escritura... todo eso marca una Experiencia en el lector, le implica emocionalmente con el autor y le hace vivir la lectura de una forma totalmente diferente.
El autor también recibe algo a cambio. En este país nuestro donde muchos prefieren otras formas de ocio, donde no se apoya la lectura institucionalmente, donde hasta los medios de comunicación no hacen acto de presencia por intereses que no se comprenden, es ilusorio suponer que la presencia en unas jornadas literarias compensa económicamente unos gastos de desplazamiento, una estancia en hostal, pensión u hotel, una consumición de desayuno, comida y cena. No, no compensa desde ese punto de vista, pero eso es un defecto de nuestro tiempo, de nuestra época: todo hay que reducirlo a beneficio económico. Qué vida más triste, si todo, todo, se moviera por ese único punto de vista.
Escribir es un acto solitario, un acto de años. Transcurren años desde que se pone la primera palabra en la primera hoja en blanco de nuestro manuscrito (en papel, o en digital en nuesto ordenador) hasta que el manuscrito se hace físico en forma de libro, si hay suerte. La enorme mayoría de los que escriben lo hacen por afición, no es la actividad laboral que paga las facturas del día a día, con lo que muchas horas se roban al sueño, a los amigos, a la familia, a otros deseos. Es como estar en una cueva, donde las paredes son tu mollera, y donde en la oscuridad a veces las sombras se pueblan de personajes, y también de fantasmas. Decir que escribes y que te miren con sorna no ayuda a salir de esa cueva.
Lo que estas jornadas permiten es ese contacto autor/lector, que vivifica; y el encuentro con otros compañeros de letras puestos todos de acuerdo en salir de su aislamiento, de su mundo de letras donde el mundo real mágicamente cambia, retrocede, se transforma. Las veladas se alargan, las ideas bullen y crecen, se desbocan, parece que por un día tengamos que agotar nuestra verbalidad contenida en silencio por tanto tiempo (mientras dábamos forma a nuestras tramas y argumentos). Entre los autores asistentes yo no he visto esa proberbial mala leche y envidia que (se dice) son propias de artistas y creadores, he visto a personas generosas que han acudido a Granada porque estas jornadas le parecían más que interesantes. Sí, entre el público sí hubo en algún momento lugar para discrepancias, pero eso también da interés a los debates y no llegó la sangre al río (alguno sí hubiera querido)
La masiva asistencia del público han sido reflejo de que existía ese ansia cultural por estas jornadas, de lo que los organismos públicos competentes debían tomar buena nota. También del apoyo recibido por varias empresas granadinas, desinteresadamente y de los grupos culturales Verso Vivace (poesía andalusí narrada) y Al-Farashat (danza oriental), que dieron a todos una experiencia de Al-Ándalus. En boca de una persona del Magreb que intervino, "la caída de Granada, la pérdida de Al-Ándalus es para el Islam de una importancia mucho mayor que el mito de Troya".
Autores que son capaces de crear Experiencias en los lectores:
-Teo Palacios y "La predicción del Astrólogo"
-Sebastián Roa y "La loba de al-Ándalus"
-Miguel Angel Cáliz y "Horas para Wallada"
-Blas Malo y "El esclavo de la Al-Hamrá"
-Carolina Molina y "Noches en Bib-Rambla"
-José Luis Gastón Morata y "La muladí"
-Felipe Romero y "El segundo hijo del mercader de sedas"
-Manuel Sánchez-Sevilla y "El enigma de las seis copas"
-Francisco Gallardo y "La última noche"
En el Blog de las Jornadas de Granada podéis ver más fotos y videos.
[PD: brevemente os anuncio que el 10 de abril estará en las librerías mi tercera novela: "El señor de Castilla"]
Pues sí, Hemingway fue rechazado veintisiete veces, veintisiete nada menos, veintisiete editoriales que lo descartaron mondo y lirondo. Que luego ganara el premio Nobel de literatura no es lo importante, sino que encajó veintisiete derrotas una tras otra y sin embargo volvía a levantarse. Todo un peso pesado de las letras.
viernes, 22 de marzo de 2013
sábado, 2 de marzo de 2013
Escribir una novela (XVI): El mejor valor de un escritor
Sobre el mundo editorial, sobre los agentes literarios, sobre los autores indie, sobre los críticos literarios, sobre los distribuidores, sobre librerías, sobre el ebook frente al libro impreso, sobre los librinos, sobre el DRM sí o no, sobre e-marketing, sobre best-sellers, sobre autores contentos, sobre autores airados, sobre portadas, sobre correctores, sobre tramas, sobre secuelas, sobre adaptaciones, sobre editores, sobre listas y listas, sobre la ambición de estar en esas listas, sobre la envidia de no estar en ellas, sobre el anonimato, sobre los foros de libros, sobre las páginas de reseñas, sobre unos, sobre otros...
Sobre tantas y tantas cosas se pueden encontrar cada día entradas y más entradas en la Red que a veces me cuesta distinguir cuáles me aportan algo nuevo, algo verdadero, una aportación positiva para mí y mi escritura, y cuáles no. No hablo por nadie más que por mí, y mi pobre bagaje. La Red puede aportar mucho, o no aportar nada más que distracción y ruido.
En las últimas quince entradas sobre este tema he realizado reflexiones sobre la escritura de una novela. Antes de tener internet, no había tanto información (tanto ruido) en nuestras vidas. Ahora, a veces todo es más confuso que antes. Hay pros y hay contras.
Ser positivo es difícil en estos días bizantinos. A veces pienso que escribir es una actividad insana: te da una vida; te quita una vida. Las dos igual de reales, igual de existentes. Eso es lo maravilloso de la escritura, te acerca a otras realidades, pero exige. La escritura es una amante exigente.
Muchos de los que disfrutamos escribiendo lo hacemos como actividad secundaria. Me doy cuenta en mi vida laboral cotidiana cuánta gente opina lo mismo: si algo ha aumentado mucho, es la desconfianza en todo, en los otros. La falta de confianza en el otro, en lo que dice, en lo que propone, en lo que hace, en un sistema económico y social que se basa en el crédito (en el creer en el otro), es el inicio del colapso de dicho sistema. Cómo se recupera la confianza es algo que se me escapa; pero creo que empieza por uno mismo. Por esforzarse en ser confiable. Y esto que pienso creo que es aplicable a todas las profesiones, a todos los ámbitos, a todas las personas y situaciones, pero hoy quiero reflexionar sobre esto aplicado al mundo editorial.
En estos días, creo que el mejor valor del escritor es que, con su trabajo, sepa generar Confianza, y que ésta sea correspondida de forma sincera:
-entre autor y lectores, que confían en que ese autor que les gustó, les volverá a gustar con su nueva novela. Que la idea y trama tendrán algo original que les aportará algo que quedará en su vida después de terminada la lectura.
-entre lectores y autor, quien confía en que dando lo mejor de sí mismo, ofreciendo nuevos personajes y nuevas perspectivas, disfrutando en su escritura en todo momento, conseguirá un nuevo manuscrito diferente que gustará a los que ya antes confiaron en él.
-entre autor y agente literario, que confía en que un buen hacer resulta en un valor añadido que beneficia al autor y en la mejor defensa de su obras y sus intereses, y por ende al propio agente. Que confía en la materia prima del autor y su potencial, y en su habilidad y potencial en la escritura.
-entre el agente literario y el autor, quien confía que estará informado puntualmente de cuanto acontezca de sus manuscritos, del estado de su promoción, de sus ventas, y que la buena labor de su agente le permita centrarse exclusivamente en escribir. Que será sincero con la valoración de los manuscritos y que aportará ideas y sugerencias de buena fe; y si le ve potencial, luchará por la publicación del manuscrito.Y que eso, que da valor añadido, da sentido a la figura intermediaria de un agente literario.
-entre el agente y la editorial, quien confía que si una agencia le ofrece una obra, es porque profesionalmente le han visto un futuro, por ofrecer un algo diferente, algo por lo que suspiran los lectores y que se adapta a las tendencias que quiere desarrollar la propia editorial, que cuente con la aceptación multitudinaria de los lectores.
-entre la editorial y el agente, quien confía en que las liquidaciones de sus representados se presenten puntualmente en plazo y sean claras y explicativas, y en que esos manuscritos, de ser aceptados, cuenten con una buena materialización (en papel, en ebook), una buena promoción, una distribución, un buen precio de cara a los lectores.
-entre el autor y la editorial, que confía en que el manuscrito recibido esté lo más pulido posible, y que aquél colabore de buena fe y en buena sintonía con la revisión de galeradas, de portada, de mapas y otros detalles dentro de los plazos que exige la publicación de un libro. Que confía que aporte de forma activa ideas y sugerencias para la promoción de la obra; que aquél se ofrezca a cuanta labor de promoción promueva la editorial. Que confía en que, si la obra gusta, el autor desee repetir con la editorial.
-entre la editorial y el autor, quien confía que tendrán en cuenta sus sugerencias y también sus explicaciones si tiene reticencias a algún cambio dentro del manuscrito; que confía en la profesionalidad de los correctores, de los ilustradores, de editores y comerciales, y en la transparencia en las liquidaciones anuales. Que confía que el resultado final colme sus sueños.
Si se crea y mantiene en pie toda esta cadena de confianza, el resultado valdrá la pena. Si el escritor, que es punto de donde parte todo, consigue que esta cadena de confianza aparezca y perdure, se convertirá en su mejor valor. Al menos, ésa es mi reflexión personal.
En el aire dejo una pregunta para la reflexión: ¿qué sucede si alguno de los eslabones de esta cadena se rompe?
Sobre tantas y tantas cosas se pueden encontrar cada día entradas y más entradas en la Red que a veces me cuesta distinguir cuáles me aportan algo nuevo, algo verdadero, una aportación positiva para mí y mi escritura, y cuáles no. No hablo por nadie más que por mí, y mi pobre bagaje. La Red puede aportar mucho, o no aportar nada más que distracción y ruido.
En las últimas quince entradas sobre este tema he realizado reflexiones sobre la escritura de una novela. Antes de tener internet, no había tanto información (tanto ruido) en nuestras vidas. Ahora, a veces todo es más confuso que antes. Hay pros y hay contras.
Ser positivo es difícil en estos días bizantinos. A veces pienso que escribir es una actividad insana: te da una vida; te quita una vida. Las dos igual de reales, igual de existentes. Eso es lo maravilloso de la escritura, te acerca a otras realidades, pero exige. La escritura es una amante exigente.
Muchos de los que disfrutamos escribiendo lo hacemos como actividad secundaria. Me doy cuenta en mi vida laboral cotidiana cuánta gente opina lo mismo: si algo ha aumentado mucho, es la desconfianza en todo, en los otros. La falta de confianza en el otro, en lo que dice, en lo que propone, en lo que hace, en un sistema económico y social que se basa en el crédito (en el creer en el otro), es el inicio del colapso de dicho sistema. Cómo se recupera la confianza es algo que se me escapa; pero creo que empieza por uno mismo. Por esforzarse en ser confiable. Y esto que pienso creo que es aplicable a todas las profesiones, a todos los ámbitos, a todas las personas y situaciones, pero hoy quiero reflexionar sobre esto aplicado al mundo editorial.
En estos días, creo que el mejor valor del escritor es que, con su trabajo, sepa generar Confianza, y que ésta sea correspondida de forma sincera:
-entre autor y lectores, que confían en que ese autor que les gustó, les volverá a gustar con su nueva novela. Que la idea y trama tendrán algo original que les aportará algo que quedará en su vida después de terminada la lectura.
-entre lectores y autor, quien confía en que dando lo mejor de sí mismo, ofreciendo nuevos personajes y nuevas perspectivas, disfrutando en su escritura en todo momento, conseguirá un nuevo manuscrito diferente que gustará a los que ya antes confiaron en él.
-entre autor y agente literario, que confía en que un buen hacer resulta en un valor añadido que beneficia al autor y en la mejor defensa de su obras y sus intereses, y por ende al propio agente. Que confía en la materia prima del autor y su potencial, y en su habilidad y potencial en la escritura.
-entre el agente literario y el autor, quien confía que estará informado puntualmente de cuanto acontezca de sus manuscritos, del estado de su promoción, de sus ventas, y que la buena labor de su agente le permita centrarse exclusivamente en escribir. Que será sincero con la valoración de los manuscritos y que aportará ideas y sugerencias de buena fe; y si le ve potencial, luchará por la publicación del manuscrito.Y que eso, que da valor añadido, da sentido a la figura intermediaria de un agente literario.
-entre el agente y la editorial, quien confía que si una agencia le ofrece una obra, es porque profesionalmente le han visto un futuro, por ofrecer un algo diferente, algo por lo que suspiran los lectores y que se adapta a las tendencias que quiere desarrollar la propia editorial, que cuente con la aceptación multitudinaria de los lectores.
-entre la editorial y el agente, quien confía en que las liquidaciones de sus representados se presenten puntualmente en plazo y sean claras y explicativas, y en que esos manuscritos, de ser aceptados, cuenten con una buena materialización (en papel, en ebook), una buena promoción, una distribución, un buen precio de cara a los lectores.
-entre el autor y la editorial, que confía en que el manuscrito recibido esté lo más pulido posible, y que aquél colabore de buena fe y en buena sintonía con la revisión de galeradas, de portada, de mapas y otros detalles dentro de los plazos que exige la publicación de un libro. Que confía que aporte de forma activa ideas y sugerencias para la promoción de la obra; que aquél se ofrezca a cuanta labor de promoción promueva la editorial. Que confía en que, si la obra gusta, el autor desee repetir con la editorial.
-entre la editorial y el autor, quien confía que tendrán en cuenta sus sugerencias y también sus explicaciones si tiene reticencias a algún cambio dentro del manuscrito; que confía en la profesionalidad de los correctores, de los ilustradores, de editores y comerciales, y en la transparencia en las liquidaciones anuales. Que confía que el resultado final colme sus sueños.
Si se crea y mantiene en pie toda esta cadena de confianza, el resultado valdrá la pena. Si el escritor, que es punto de donde parte todo, consigue que esta cadena de confianza aparezca y perdure, se convertirá en su mejor valor. Al menos, ésa es mi reflexión personal.
En el aire dejo una pregunta para la reflexión: ¿qué sucede si alguno de los eslabones de esta cadena se rompe?