Este pasado fin de semana (16-17 de noviembre) se ha celebrado el 40º aniversario de la Convención del Patrimonio Mundial de UNESCO que declaró Patrimonio de la Humanidad a la Alhambra y el Generalife con una jornada de puertas abiertas en la que el Conjunto Monumental se ha abierto en exclusiva y gratis para los granadinos y residentes en la provincia.
Hacía dos años que no regresaba a los palacios nazaríes, la última vez aún proseguían las labores de restauración de los leones y la fuente, y el patio estaba deslucido. Ahora, todo está terminado. Tras diez años de trabajo, el Patronato ha restaurado todo el conjunto, fuente y leones, y después de una excavación arqueológica complementaria, se decidió enlosar todo el espacio con losas de mármol de Macael, para hacer que supuestamente quede como fue concebido originalmente el palacio hace siete siglos.
¡Al-Hamrá, Al-Hamrá! La lluvia que caía no era más que lágrimas de novia que embellecían a la sultana de Granada, vestida de blanco con los velos del Yabal Sulayr y el calzado nacarado de Macael. Pasear por sus pasillos, admirar los dibujos de los capiteles, el tallado de las columnas, las palabras en las yeserías, aspirar los huecos vacíos de las tacas, sentir el tacto de los azulejos, la luz, los mocárabes... estar en ella es entregarse a un tiempo pasado aún no desaparecido, mirar más allá de las celosías y encontrar miradas furtivas del harén, las lucernas de los baños; la austeridad de las torres militares; los recodos de las puertas monumentales, asiento de los cadíes los días de justicia; el rumor del agua que las acequias recogen de la montaña hasta los aljibes y las tazas de las fuentes...
Y llegar al Palacio de Ridyab, y ver los leones, la portada de mi libro, sentir los pasos del visir poeta Ibn Zamrak que inmortalizo su don divino en la taza de la fuente, una vez con letras doradas. La luces se apagaron, se apagaron las risas, los velos desaparecieron, vino la austeridad castellana y se arrodilló a los pies del arte de los vencidos, porque en ella, en la Al-Hamrá, no sólo hay un deseo de mostrar poder regio. También hay divinidad; la entrega de los artesanos, el amor de los escultores, los suspiros de las favoritas, y el beneplácito del gran cadí, al rumor propicio de los pasos de los sultanes sobre las grandes losas del mármol. ¿No se reflejaría en ellas, en su pulido, las mucarnas de los techos, imagen de la multiplicidad, del infinito, de la nulidad del hombre ante el tiempo y la divinidad?
"El esclavo de la Al-Hamrá" vivirá siempre en mí aunque nadie más lo lea; aún por las noches escucho los rumores del arquitecto. Ayer, la Al-Hamrá me susurró una bella historia, y me lamento, porque no sé si mis palabras imperfectas podrán hablar con tanta intensidad de la emoción que siempre me inunda al contemplarla.
Pues sí, Hemingway fue rechazado veintisiete veces, veintisiete nada menos, veintisiete editoriales que lo descartaron mondo y lirondo. Que luego ganara el premio Nobel de literatura no es lo importante, sino que encajó veintisiete derrotas una tras otra y sin embargo volvía a levantarse. Todo un peso pesado de las letras.
domingo, 18 de noviembre de 2012
domingo, 11 de noviembre de 2012
Escribir una novela (XIII): un poco de filosofía
Este año me he animado a participar como lector y comentarista en un concurso de relato corto de novela histórica. Es sorprendente la creatividad que fluye a nuestro alrededor. Los relatos exploran hechos históricos poco conocidos, o bien conocidos desde una perspectiva diferente y original, incluso los hay que fusionan géneros como ucronía-ficción, fantasía o mito histórico.
Cuando uno se plantea escribir sobre una época pasada, que no conoce en su vivencia vital y de la que la documentación no ofrece los detalles del día a día, surgen dudas sobre cómo enfocar dicha historia. Esto ha generado en el foro del concurso jugosos debates sobre qué puede se admisible y qué no en un relato de corte histórico:
-Lo primero que debe lograr el autor es la verosimilitud. Algunos opinan que esto se logra usando únicamente datos históricos, sin cabida para la imaginación o creatividad. Otros del foro consideran que la verosimilitud se logra, no usando todo lo conocido de esa época, sino no cayendo en contradicciones ni en incoherencias históricas.
Yo discrepo de ambas posturas. Creo que la verosimilitud es, sencillamente, que el lector se crea lo que lee. Que se lo crea todo, y de tal forma que todo le resulte coherente. Y entretenido, por supuesto, ya que no debemos olvidar que hablamos de un relato (o de un germen de novela), no de un ensayo academico y científico. Se permiten licencias al autor. Incluso puede suceder que lo que cuente el autor no sea correcto ni se ajuste a la Historia, y sin embargo, que logre que sea verosímil. Puede que al autor haya querido contar su historia de tal o cual forma, o quiera reinventar un hecho histórico. ¿Puede hacerlo? Puede. Y si lo hace de forma verosímil y coherente, puede convencer al lector.
Por mi parte, aún así, lo ideal es conciliar verosimilitud narrativa e histórica. Vale, resulta que de entre todos los lectores, sólo los catedráticos de tal especialidad se van a dar cuenta de que lo que cuenta el autor no es Verdad Histórica. Incluso a esos hay que respetarlos, es mi postura: escribe sencillo para todos los niveles, y lo que escribas sea válido para todos los lectores, tanto los más cultos y leídos como los más "novatos" en Historia.
-Se habla de la importancia de los detalles, sobre descripciones de época, sobre geografía y sobre el habla diaria. Éste detalle, el de los diálogos, es importante. De la Historia tenemos aquello que ha quedado escrito. ¿Y el habla diaria? ¿Quién sabe cómo hablaba un humilde panadero en época griega en la Alejandría de los faraones? ¿Hablarían cultamente como recoge "La Odisea" de Homero? ¿No tendrían más bien un habla vulgar, como nosotros, con expresiones del día a día, exabruptos e insultos? ¿Les importaría el sexo, la politica, los deportes, como a nosotros?
Claro, como de ese habla vulgar no ha quedado constancia, ¿quién puede criticar a un autor por hacer que un personaje de exprese de tal o cual forma? Es importante que no haya, ese sí, anacronismos, expresiones impropias de esa época o de esa cultura. Nosotros mismos hablamos de forma diferente si nos dirigimos a una autoridad o a un juez, que al vendedor de fruta de la esquina o al colega de cervezas (o de taberna), y eso creo yo, debe tenerse en cuenta la dar vida a nuestros personajes.
-Además, debe escribirse de cara al lector, y no abusar de cultismos o de metáforas rebuscadas. El lector quiere disfrutar con la historia. Lo importante es el núcleo de lo que se cuenta, sí, pero también es y mucho cómo se cuenta. Faltas de ortografía, expresiones anómales, y frases interminables de decenas de líneas descriptivas son maleza que no deja ver el bosque. Y el lector, ansía respirar el aire puro de un buen bosque.
Cuando uno se plantea escribir sobre una época pasada, que no conoce en su vivencia vital y de la que la documentación no ofrece los detalles del día a día, surgen dudas sobre cómo enfocar dicha historia. Esto ha generado en el foro del concurso jugosos debates sobre qué puede se admisible y qué no en un relato de corte histórico:
-Lo primero que debe lograr el autor es la verosimilitud. Algunos opinan que esto se logra usando únicamente datos históricos, sin cabida para la imaginación o creatividad. Otros del foro consideran que la verosimilitud se logra, no usando todo lo conocido de esa época, sino no cayendo en contradicciones ni en incoherencias históricas.
Yo discrepo de ambas posturas. Creo que la verosimilitud es, sencillamente, que el lector se crea lo que lee. Que se lo crea todo, y de tal forma que todo le resulte coherente. Y entretenido, por supuesto, ya que no debemos olvidar que hablamos de un relato (o de un germen de novela), no de un ensayo academico y científico. Se permiten licencias al autor. Incluso puede suceder que lo que cuente el autor no sea correcto ni se ajuste a la Historia, y sin embargo, que logre que sea verosímil. Puede que al autor haya querido contar su historia de tal o cual forma, o quiera reinventar un hecho histórico. ¿Puede hacerlo? Puede. Y si lo hace de forma verosímil y coherente, puede convencer al lector.
Por mi parte, aún así, lo ideal es conciliar verosimilitud narrativa e histórica. Vale, resulta que de entre todos los lectores, sólo los catedráticos de tal especialidad se van a dar cuenta de que lo que cuenta el autor no es Verdad Histórica. Incluso a esos hay que respetarlos, es mi postura: escribe sencillo para todos los niveles, y lo que escribas sea válido para todos los lectores, tanto los más cultos y leídos como los más "novatos" en Historia.
-Se habla de la importancia de los detalles, sobre descripciones de época, sobre geografía y sobre el habla diaria. Éste detalle, el de los diálogos, es importante. De la Historia tenemos aquello que ha quedado escrito. ¿Y el habla diaria? ¿Quién sabe cómo hablaba un humilde panadero en época griega en la Alejandría de los faraones? ¿Hablarían cultamente como recoge "La Odisea" de Homero? ¿No tendrían más bien un habla vulgar, como nosotros, con expresiones del día a día, exabruptos e insultos? ¿Les importaría el sexo, la politica, los deportes, como a nosotros?
Claro, como de ese habla vulgar no ha quedado constancia, ¿quién puede criticar a un autor por hacer que un personaje de exprese de tal o cual forma? Es importante que no haya, ese sí, anacronismos, expresiones impropias de esa época o de esa cultura. Nosotros mismos hablamos de forma diferente si nos dirigimos a una autoridad o a un juez, que al vendedor de fruta de la esquina o al colega de cervezas (o de taberna), y eso creo yo, debe tenerse en cuenta la dar vida a nuestros personajes.
-Además, debe escribirse de cara al lector, y no abusar de cultismos o de metáforas rebuscadas. El lector quiere disfrutar con la historia. Lo importante es el núcleo de lo que se cuenta, sí, pero también es y mucho cómo se cuenta. Faltas de ortografía, expresiones anómales, y frases interminables de decenas de líneas descriptivas son maleza que no deja ver el bosque. Y el lector, ansía respirar el aire puro de un buen bosque.