Ayer estuve en Correos. El funcionario recibió mis sobres, pesó su contenido, dictaminó el coste del envío y me tocó pagar en acto de fe. Al salir yo ya estaba haciendo números de cuánto me iba a costar presentarme al premio.
Veamos. La novela pesaba 1,100 kilos y costó en envío normal 5 euros. Estos ejemplares estaban a doble cara, ocupando 200 hojas, más o menos. El coste de impresión fue 10 euros/copia.
Bien. Tengo que enviar 3 copìas a cara simple. A cara simple son más hojas (el doble) así que pronostico 12 euros/copia, con un peso de 2,200 kg/copia. Claro, ya no puede ir en un sobre normal donde sólo cabe uno, sino que tendrá que ir empaquetado, en una caja de cartón, pongamos que otros 0,200 kg. Hay que enviar 3 copias.
El incremento en Correos no es sólo proporcional al peso. Al ser una caja también cuenta el volumen. La caja con todo será: 3 copias x 2,200 kg/copia + 0,200 kg/embalaje = 6,800 kg de papel impreso a Times New Roman 12, a cara simple doble espacio. Los costes de envío lo voy a suponer en 7 euros/kg, entonces serán casi 49 euros.
Con lo cual, entre copia y envío, 84 euros de coste para participar en el premio. ¡Menuda ruina!
Algunos detalles a tener en cuenta:
-A cara simple saldrá un tocho de 400 pags, que es un infierno para encuadernar en espiral. Mejor con tornillería, aunque costará pasar las hojas. Es decir es incómodo de leer y encima costará 5x3 copias =15 euros más.
-La caja: sin demasiadas florituras, una de "Archivo definitivo" en folia con solapa, bien apretaditas las tres copias. Otro euro más. En total ya van 100 euros.
-El container. Sí, sí, habéis leído bien. Si reciben en la editorial, digamos, 400 novelas presentadas, pues entonces les llegarán 400 cajas de 6,200 kg, en total casi 2500 kg de letra impresa. Cuatrocientas cajas en "Archivo definitivo", que suponen (agarráos) ¿¿¿¡¡¡ 160.000 hojas escritas a cara simple !!!???
-Digamos que el lector del jurado le dedique 1 día por novela (leerla, comentar, subrayar, puntuar) : necesitaría 400 días, así que eso es imposible porque el plazo son 4 meses. Eso supondría litros y litros de café, y largas noche en vela (todas las noches y más aún.
Mucho me temo que gran parte del container irá directamente a la Planta de Reciclaje (en la que es posible que la editorial tenga participación y todo, fíjate qué cosas)
Así que tiempo y mis 100 euros frente a una escasa (escasísima) posibilidad de lectura dedicada y de victoria.
Por cierto que un matraco es lo mismo que un baturro, y es que el panadero es de Zaragoza. Arriba las manos que esto es un matraco.
Pues sí, Hemingway fue rechazado veintisiete veces, veintisiete nada menos, veintisiete editoriales que lo descartaron mondo y lirondo. Que luego ganara el premio Nobel de literatura no es lo importante, sino que encajó veintisiete derrotas una tras otra y sin embargo volvía a levantarse. Todo un peso pesado de las letras.
domingo, 31 de agosto de 2008
viernes, 29 de agosto de 2008
El Terror del Novelista
¡Por fín! Rev.3 terminada. A pesar del ajetreo semanal, sin ver la luz del sol, por fin terminé la última revisión de mi primera novela. Incluso he podido preparar cinco copias, que algunas personas afortunadas recibirán la semana que viene. Una copia quedará en mi poder lista para remitir a la editorial de Sevilla, si Alarico llama a mi puerta como prometió.
Pero incluso mientras gozo con la lectura final... ¡Horror!¿Qué es eso? No puede ser. ¡No puede ser!
¡Un acento fuera de lugar!¡Y una vocal duplicada!
Mi efímera fantasía de perfección se derrumba ante mis narices. De deseada a pasado a ser repudiada; y parece que habrá una Rev.3a. Porque no hay perdón para el escritor. "Siempre todo es mejorable, desde algún punto de vista" y esa máxima martillea una y otra vez, haciendo que, lápiz rojo en mano, desdeñemos lo que creíamos perfecto.
Claro que, en algún momento habrá que dar la novela por finalizada. ¡Uhm! Pero, ¿y si creo otra subtrama?¿Y si cambio esta descripción? Y esta frase... no sé, no sé... ¡aggg! No hay mayor terror que la obra inacabada, que te absorbe el seso y las energías.
Espero sin embargo, que las desdichadas personas que reciban la semana que viene mi imperfecto manuscrito tenga piedad de esos cuatro deslices... (¿Habrá más? A corregir para el premio y el editor)
Y mientras, pongo aquí una muestra de mi segunda novela que retomaré ya otra vez. A falta de otro nombre más original (ya sé que existe OTRO) lo llamaré BIZANCIO.
Espero que os guste.
******************************************************
"BIZANCIO" (Págs. 3-5)
Desde lo alto del trono, León III contempló a las tres personas que se le acercaron vestidas de blanco. Los dos escoltas llevaban turbante blanco y un alfanje al costado. El anciano de turbante verde se inclinó en reverencia. Parecía insignificante y sin embargo sería los ojos, los oídos y los labios del más terrible enemigo contra el que se había enfrentado el Imperio de Oriente en sus tres siglos de historia. Occidente había caído y sólo la barbarie reinaba en él. El caos, la brutalidad, la ignorancia, habían terminado con mil años de poder y dominio de Roma. ¡Roma! ¿Acaso Roma estaba mejor?
El emisario habló en un griego correcto con un leve acento extranjero. ¿Habría aprendido el idioma quizás en Alejandría?
-Mi señor Suleyman, señor de los creyentes, en nombre del Divino Profeta, os agradece esta audiencia y solicita que yo, Ahmed Ibn Kufa, su más humilde servidor, sea protegido mientras dure mi cometido, de acuerdo con las leyes aceptadas de la diplomacia, excelencia.
-Tu vida y las de tus acompañantes serán respetadas mientras dure tu misión. Habla, emisario. ¿Qué mensaje tienes de parte de tu señor?
-Mi señor Suleyman, bendito sea, os dice: ‘¡El tiempo ha llegado! El Profeta Mahoma iluminó nuestra senda con la verdadera fe y su palabra se extiende como una marea. En Persia ya cantan los almuédanos la llamada a la oración al alba. Es hora de que los hombres de Bizancio elijan la senda correcta. Someteos a Alá y unios de buena voluntad a los territorios de Dar-el-Islam, o serán nuestros ejércitos los que os convenzan del poder de nuestra fe en el Único, en el Misericordioso.’
León III guardó silencio meditando el tono de su respuesta. Tenía treinta y siete años. Antes de alzarse como emperador había sido estratega de una región militar en Asia Menor, del thema de Anatolikon, y allí había combatido a los ejércitos musulmanes, conteniéndolos a duras penas. Había visto el fanatismo en los ojos de los soldados de turbante blanco y alfanje, mascullando el nombre de Alá mientras eran acribillados a flechazos en sus asaltos a las fortalezas bizantinas, y también mientras eran pisoteados a cientos en las llanuras de Anatolia por la caballería de los bucelarii, la guardia personal de los generales. Nada de eso interrumpía su ímpetu. La cordillera de Tauros había fracasado en contenerlos y en ese momento todo dependía de la resistencia de la capital. Si caía, caerían con ella mil trescientos años de civilización latina.
Según sus informantes, el Islam había sobrepasado en Oriente las tierras de la India, mientras que el Occidente Hispania había dejado de existir.
-Nuestra ciudad y nuestro imperio es inmortal. ¿No habéis visto nuestras murallas? Cristo nuestro señor las protege. Ningún ejército enemigo las ha quebrantado en trescientos años de guerra constante y vosotros no seréis los primeros. Dile a tu señor Suleyman de la dinastía de los Omeyas que Constantinopla no se rendirá mientras quede un solo hombre con vida.
-Entonces está todo dicho. Así se lo diré, excelencia –e inclinándose en una reverencia los tres árabes salieron del recinto escoltados por la guardia imperial.
Cuando se cerraron los inmensos batientes de plata de las puertas del Chrysotriclinio el emperador habló de nuevo a sus senadores y militares.
-Lo intentaron hace cincuenta años y como entonces volverán a fracasar. ¡No quiero derrotismos! La marina nos garantizará el abastecimiento. ¿Cuántas naves enemigas nos asedian desde el Propóntide?
-Ochocientas naves –respondió el estratega de la provincia marítima de Samos.
-La mitad de las flotas de cada thema se concentrará en la capital para reforzar los efectivos de la escuadra imperial. ¡En tierra tenemos nuestras murallas, pero es en el mar donde se decidirá esta guerra!
Los estrategas del Hélade, de Kibyrreotes y del Egeo protestaron enérgicamente.
-¡Mi señor basileus, con ello comprometeremos la seguridad de las costas del resto del imperio!¡Las islas quedarán indefensas!
Leon III les miró fríamente, conteniendo su cólera.
-¿Deseáis conservar el Egeo a cambio de ver Constantinopla arrasada? ¡Constantinopla es el corazón y si cae no quedará poder en Occidente para oponerse a la marea musulmana!¡Pero seré generoso con todos vosotros! Si alguno de los presentes se siente amedrentado e incapaz de realizar su cometido, que hable ahora y podrá exiliarse para vergüenza de él y de todos sus antepasados. ¿No jurasteis servir al imperio, y a mí, servir al emperador?¿No sois hombres de honor? ¡Aún está por verse si esta guerra acaba en victoria o en derrota, pero no quiero cobardes ni irresponsables al mando de los hombres que derramarán su sangre por esta ciudad! ¿Y bien?¿Nadie rehuye?
Un silencio lúgubre reinó en la lujosa sala durante varios minutos interminables.
-Mi señor basileus –dijo Belerofonte, el Gran Drongario de la flota, la máxima autoridad naval imperial –Nadie rehuirá su cometido. Hemos jurado lealtad y entregaremos la vida si es preciso.
-¿Cuándo usaremos el fuego griego? –preguntó uno de los navarcas.
-En cuanto se terminen de preparar los sifones para armar un número suficiente de naves. Pero hace décadas que no lo empleamos en combate. ¿Tenemos suficiente producto? –preguntó Belerofonte.
El senador Antonino, representante de la facción política de los Verdes, la más popular en el Hipódromo entre el populacho, alzó la mano solicitando silencio para poder hablar.
-Senadores, estrategas, el asunto es importante. Ese líquido misterioso al que debemos la victoria del año 678 requiere productos que desconozco, pero uno de ellos es la nafta. Yo estaba allí cuando asediaron la capital los barcos de Moawiya, el primer Omeya. Calínico, un refugiado de Heliópolis, trajo el secreto del fuego al trono imperial. ¡A nosotros, en vez de a los musulmanes! Todos ignoramos, e ignoraremos, el coste que eso supuso para las arcas del Estado. Pero –y alzó las manos para acallar las voces de los militares –el Imperio se salvó, así que supongo que estuvo bien pagado. Pero sé, porque lo sé, que tenemos escasez de nafta. Nada ha llegado en años a los puertos de Eleuterio, de Sophia o de Kontoskalion. Los puertos de suministro están lejos de nosotros. Mi señor basileus, ¿qué vamos a hacer al respecto?
-¡Que venga el alquímico!¡Enseguida! –rugió León III.
@COPYRIGHT Blas Malo Poyatos 2008. Todos los derechos reservados
Pero incluso mientras gozo con la lectura final... ¡Horror!¿Qué es eso? No puede ser. ¡No puede ser!
¡Un acento fuera de lugar!¡Y una vocal duplicada!
Mi efímera fantasía de perfección se derrumba ante mis narices. De deseada a pasado a ser repudiada; y parece que habrá una Rev.3a. Porque no hay perdón para el escritor. "Siempre todo es mejorable, desde algún punto de vista" y esa máxima martillea una y otra vez, haciendo que, lápiz rojo en mano, desdeñemos lo que creíamos perfecto.
Claro que, en algún momento habrá que dar la novela por finalizada. ¡Uhm! Pero, ¿y si creo otra subtrama?¿Y si cambio esta descripción? Y esta frase... no sé, no sé... ¡aggg! No hay mayor terror que la obra inacabada, que te absorbe el seso y las energías.
Espero sin embargo, que las desdichadas personas que reciban la semana que viene mi imperfecto manuscrito tenga piedad de esos cuatro deslices... (¿Habrá más? A corregir para el premio y el editor)
Y mientras, pongo aquí una muestra de mi segunda novela que retomaré ya otra vez. A falta de otro nombre más original (ya sé que existe OTRO) lo llamaré BIZANCIO.
Espero que os guste.
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"BIZANCIO" (Págs. 3-5)
Desde lo alto del trono, León III contempló a las tres personas que se le acercaron vestidas de blanco. Los dos escoltas llevaban turbante blanco y un alfanje al costado. El anciano de turbante verde se inclinó en reverencia. Parecía insignificante y sin embargo sería los ojos, los oídos y los labios del más terrible enemigo contra el que se había enfrentado el Imperio de Oriente en sus tres siglos de historia. Occidente había caído y sólo la barbarie reinaba en él. El caos, la brutalidad, la ignorancia, habían terminado con mil años de poder y dominio de Roma. ¡Roma! ¿Acaso Roma estaba mejor?
El emisario habló en un griego correcto con un leve acento extranjero. ¿Habría aprendido el idioma quizás en Alejandría?
-Mi señor Suleyman, señor de los creyentes, en nombre del Divino Profeta, os agradece esta audiencia y solicita que yo, Ahmed Ibn Kufa, su más humilde servidor, sea protegido mientras dure mi cometido, de acuerdo con las leyes aceptadas de la diplomacia, excelencia.
-Tu vida y las de tus acompañantes serán respetadas mientras dure tu misión. Habla, emisario. ¿Qué mensaje tienes de parte de tu señor?
-Mi señor Suleyman, bendito sea, os dice: ‘¡El tiempo ha llegado! El Profeta Mahoma iluminó nuestra senda con la verdadera fe y su palabra se extiende como una marea. En Persia ya cantan los almuédanos la llamada a la oración al alba. Es hora de que los hombres de Bizancio elijan la senda correcta. Someteos a Alá y unios de buena voluntad a los territorios de Dar-el-Islam, o serán nuestros ejércitos los que os convenzan del poder de nuestra fe en el Único, en el Misericordioso.’
León III guardó silencio meditando el tono de su respuesta. Tenía treinta y siete años. Antes de alzarse como emperador había sido estratega de una región militar en Asia Menor, del thema de Anatolikon, y allí había combatido a los ejércitos musulmanes, conteniéndolos a duras penas. Había visto el fanatismo en los ojos de los soldados de turbante blanco y alfanje, mascullando el nombre de Alá mientras eran acribillados a flechazos en sus asaltos a las fortalezas bizantinas, y también mientras eran pisoteados a cientos en las llanuras de Anatolia por la caballería de los bucelarii, la guardia personal de los generales. Nada de eso interrumpía su ímpetu. La cordillera de Tauros había fracasado en contenerlos y en ese momento todo dependía de la resistencia de la capital. Si caía, caerían con ella mil trescientos años de civilización latina.
Según sus informantes, el Islam había sobrepasado en Oriente las tierras de la India, mientras que el Occidente Hispania había dejado de existir.
-Nuestra ciudad y nuestro imperio es inmortal. ¿No habéis visto nuestras murallas? Cristo nuestro señor las protege. Ningún ejército enemigo las ha quebrantado en trescientos años de guerra constante y vosotros no seréis los primeros. Dile a tu señor Suleyman de la dinastía de los Omeyas que Constantinopla no se rendirá mientras quede un solo hombre con vida.
-Entonces está todo dicho. Así se lo diré, excelencia –e inclinándose en una reverencia los tres árabes salieron del recinto escoltados por la guardia imperial.
Cuando se cerraron los inmensos batientes de plata de las puertas del Chrysotriclinio el emperador habló de nuevo a sus senadores y militares.
-Lo intentaron hace cincuenta años y como entonces volverán a fracasar. ¡No quiero derrotismos! La marina nos garantizará el abastecimiento. ¿Cuántas naves enemigas nos asedian desde el Propóntide?
-Ochocientas naves –respondió el estratega de la provincia marítima de Samos.
-La mitad de las flotas de cada thema se concentrará en la capital para reforzar los efectivos de la escuadra imperial. ¡En tierra tenemos nuestras murallas, pero es en el mar donde se decidirá esta guerra!
Los estrategas del Hélade, de Kibyrreotes y del Egeo protestaron enérgicamente.
-¡Mi señor basileus, con ello comprometeremos la seguridad de las costas del resto del imperio!¡Las islas quedarán indefensas!
Leon III les miró fríamente, conteniendo su cólera.
-¿Deseáis conservar el Egeo a cambio de ver Constantinopla arrasada? ¡Constantinopla es el corazón y si cae no quedará poder en Occidente para oponerse a la marea musulmana!¡Pero seré generoso con todos vosotros! Si alguno de los presentes se siente amedrentado e incapaz de realizar su cometido, que hable ahora y podrá exiliarse para vergüenza de él y de todos sus antepasados. ¿No jurasteis servir al imperio, y a mí, servir al emperador?¿No sois hombres de honor? ¡Aún está por verse si esta guerra acaba en victoria o en derrota, pero no quiero cobardes ni irresponsables al mando de los hombres que derramarán su sangre por esta ciudad! ¿Y bien?¿Nadie rehuye?
Un silencio lúgubre reinó en la lujosa sala durante varios minutos interminables.
-Mi señor basileus –dijo Belerofonte, el Gran Drongario de la flota, la máxima autoridad naval imperial –Nadie rehuirá su cometido. Hemos jurado lealtad y entregaremos la vida si es preciso.
-¿Cuándo usaremos el fuego griego? –preguntó uno de los navarcas.
-En cuanto se terminen de preparar los sifones para armar un número suficiente de naves. Pero hace décadas que no lo empleamos en combate. ¿Tenemos suficiente producto? –preguntó Belerofonte.
El senador Antonino, representante de la facción política de los Verdes, la más popular en el Hipódromo entre el populacho, alzó la mano solicitando silencio para poder hablar.
-Senadores, estrategas, el asunto es importante. Ese líquido misterioso al que debemos la victoria del año 678 requiere productos que desconozco, pero uno de ellos es la nafta. Yo estaba allí cuando asediaron la capital los barcos de Moawiya, el primer Omeya. Calínico, un refugiado de Heliópolis, trajo el secreto del fuego al trono imperial. ¡A nosotros, en vez de a los musulmanes! Todos ignoramos, e ignoraremos, el coste que eso supuso para las arcas del Estado. Pero –y alzó las manos para acallar las voces de los militares –el Imperio se salvó, así que supongo que estuvo bien pagado. Pero sé, porque lo sé, que tenemos escasez de nafta. Nada ha llegado en años a los puertos de Eleuterio, de Sophia o de Kontoskalion. Los puertos de suministro están lejos de nosotros. Mi señor basileus, ¿qué vamos a hacer al respecto?
-¡Que venga el alquímico!¡Enseguida! –rugió León III.
@COPYRIGHT Blas Malo Poyatos 2008. Todos los derechos reservados
viernes, 22 de agosto de 2008
A perpetuidad
La semana pasada no pude escribir nada en el Blog. Tuve un funeral.
Él era marido, padre, yerno y abuelo. Con mucho trabajo había conseguido una vida desahogada, una amplia familia y una plétora de hijos y nietos. Se acababa de jubilar. Hablé con él hace un mes, justo tras su jubilación, y me contaba como epílogo a su vida laboral que él siempre había vivido el presente, ése era el pequeño secreto de su felicidad. No se había preocupado por el futuro a largo plazo, y cuando había que trabajar lo había hecho sin descanso, pero cuando la vida había dado una tregua había disfrutado de ella cuanto había podido.
A pesar de su amplia familia murió solo, de un infarto súbito, junto a su esposa. Nunca había subido al cementerio de San Jose. Pensé que la muerte nos iguala a todos, pero no es cierto. A lo largo de la silenciosa avenida se alzaban templos y panteones neorománticos, neogóticos de hace doscientos años, cruces y vírgenes de piedra, con la leyenda "a perpetuidad", junto a los que no tendrán esa dicha, en un nicho apilado junto a muchísimos más. Todo gris y sin ninguna flor, sólo los de los nuevos moradores, y todos igual de silenciosos.
¿A perpetuidad?, pensé yo. Aunque todos los demás reposen allí noventa y nueve años y esos panteones aguanten en pìe diez mil años, al final seremos olvidados. Dentro de cien mil, de un millón, será como si no hubiéramos existido.
Y los niños se dan cuenta de todo, aunque intentes negarlo, y saben que algo pasa, que la tristeza de mamá no es normal, y están desorientados. ¿Qué entenderá mi sobrina de dos años cuando pregunte por su abuelo Antonio y le digan que no está, que ha salido y que no va a volver? Y ellos seguían felices en su mundo particular, tal y como procuramos que así fuera, porque son niños y porque no tienen por qué conocer aún el dolor de la vida y del olvido.
A perpetuidad, decían algunas tumbas. Pero eso no es para siempre. Todo muere algún día, civilizaciones enteras desaparecieron hace milenios, aún hay guerras, injusticia, hambre, y aún así los muertos sólo piensan una cosa: es mejor estar vivo. Y debemos continuar.
El cementerio seguía igual de triste, gris e inmutable cuando nos fuimos. No queremos saber de la ciudad de los muertos, ni de los muertos, preferimos que la tele nos convezca de que seremos siempre jóvenes e inmortales.
Él era marido, padre, yerno y abuelo. Con mucho trabajo había conseguido una vida desahogada, una amplia familia y una plétora de hijos y nietos. Se acababa de jubilar. Hablé con él hace un mes, justo tras su jubilación, y me contaba como epílogo a su vida laboral que él siempre había vivido el presente, ése era el pequeño secreto de su felicidad. No se había preocupado por el futuro a largo plazo, y cuando había que trabajar lo había hecho sin descanso, pero cuando la vida había dado una tregua había disfrutado de ella cuanto había podido.
A pesar de su amplia familia murió solo, de un infarto súbito, junto a su esposa. Nunca había subido al cementerio de San Jose. Pensé que la muerte nos iguala a todos, pero no es cierto. A lo largo de la silenciosa avenida se alzaban templos y panteones neorománticos, neogóticos de hace doscientos años, cruces y vírgenes de piedra, con la leyenda "a perpetuidad", junto a los que no tendrán esa dicha, en un nicho apilado junto a muchísimos más. Todo gris y sin ninguna flor, sólo los de los nuevos moradores, y todos igual de silenciosos.
¿A perpetuidad?, pensé yo. Aunque todos los demás reposen allí noventa y nueve años y esos panteones aguanten en pìe diez mil años, al final seremos olvidados. Dentro de cien mil, de un millón, será como si no hubiéramos existido.
Y los niños se dan cuenta de todo, aunque intentes negarlo, y saben que algo pasa, que la tristeza de mamá no es normal, y están desorientados. ¿Qué entenderá mi sobrina de dos años cuando pregunte por su abuelo Antonio y le digan que no está, que ha salido y que no va a volver? Y ellos seguían felices en su mundo particular, tal y como procuramos que así fuera, porque son niños y porque no tienen por qué conocer aún el dolor de la vida y del olvido.
A perpetuidad, decían algunas tumbas. Pero eso no es para siempre. Todo muere algún día, civilizaciones enteras desaparecieron hace milenios, aún hay guerras, injusticia, hambre, y aún así los muertos sólo piensan una cosa: es mejor estar vivo. Y debemos continuar.
El cementerio seguía igual de triste, gris e inmutable cuando nos fuimos. No queremos saber de la ciudad de los muertos, ni de los muertos, preferimos que la tele nos convezca de que seremos siempre jóvenes e inmortales.
domingo, 10 de agosto de 2008
Una noticia insospechada... ¡bien!
En mitad de las minivacaciones de fin de semana he recibido una noticia muy prometedora. De las cuatro editoriales que en primavera me solicitaron el manuscrito, una me rechazó y tres estaban ausentes sin dar señales de vida.
Suelo ser bastante insistente pero me he quedado las ganas de llamarles o escribirles, porque entiendo que la labor de revisión de manuscritos es lenta, len-tí-si-ma. De hecho, concentrado como estoy en la revisión de mi primera novela no he tenido tiempo de comerme el coco pensando en si alguien la estará leyendo o no.
Pues bien. De las tres editoriales he recibido novedades desde la más misteriosa y ausente de las tres. A través de un amigo, cuya empresa tiene una participación en la editorial, mi manuscrito ha llegado a "alguien" (por ponerle un nombre, que sea Alarico por ejemplo, que es nombre godo) encargado del departamento de manuscritos. Y por lo que me ha comentado mi amigo, les ha encantado la novela, aun cuando era la rev.1C y voy por la rev.3.
La editorial es de Sevilla. En agosto no hay actividad, pero en septiembre Alarico ha prometido "retomar el tema". Así que eso me da nuevos ánimos para terminar la última revisión de una maldita vez.
¿Es necesario un agente para publicar? Es muy recomendable.
¿Es posible publicar directamente con una editorial? No es imposible.
¿Es de ayuda tener algún contacto en el sector? Puede ser decisivo, si no hay agente de por medio.
Dicen que todos las personas estamos separados por sólo seis grados de relación personal, es decir, sólo seis personas te separan de cualquier otra persona que desees conocer. PERO... para ello te tienen que conocer. De hecho, que te rechacen editoriales y agentes, que no ganes ningún premio, que recibas portazos y negativas también es darse a conocer.
Un esperanzado saludo a todos.
Suelo ser bastante insistente pero me he quedado las ganas de llamarles o escribirles, porque entiendo que la labor de revisión de manuscritos es lenta, len-tí-si-ma. De hecho, concentrado como estoy en la revisión de mi primera novela no he tenido tiempo de comerme el coco pensando en si alguien la estará leyendo o no.
Pues bien. De las tres editoriales he recibido novedades desde la más misteriosa y ausente de las tres. A través de un amigo, cuya empresa tiene una participación en la editorial, mi manuscrito ha llegado a "alguien" (por ponerle un nombre, que sea Alarico por ejemplo, que es nombre godo) encargado del departamento de manuscritos. Y por lo que me ha comentado mi amigo, les ha encantado la novela, aun cuando era la rev.1C y voy por la rev.3.
La editorial es de Sevilla. En agosto no hay actividad, pero en septiembre Alarico ha prometido "retomar el tema". Así que eso me da nuevos ánimos para terminar la última revisión de una maldita vez.
¿Es necesario un agente para publicar? Es muy recomendable.
¿Es posible publicar directamente con una editorial? No es imposible.
¿Es de ayuda tener algún contacto en el sector? Puede ser decisivo, si no hay agente de por medio.
Dicen que todos las personas estamos separados por sólo seis grados de relación personal, es decir, sólo seis personas te separan de cualquier otra persona que desees conocer. PERO... para ello te tienen que conocer. De hecho, que te rechacen editoriales y agentes, que no ganes ningún premio, que recibas portazos y negativas también es darse a conocer.
Un esperanzado saludo a todos.
domingo, 3 de agosto de 2008
Hijos de Gales, hijos de Escocia, ahí están los Inmortales...
La carne estaba jugosa. La grasa se le escapaba entre los dedos, chorreando por las manos y manchando la mesa de roble. El calor de las brasas era un alivio frente a la bruma fría que había rodeado a la villa. Algunos decían que el año 542 sería un gran año de paz y prosperidad, otros que sería el año de la Peste. Se limpió la boca y las barbas con la manga de la camisa de cuero antes de beber la cerveza negra de los monjes. Era el jefe del clan, era joven y aún soñaba con poseer una mota y un castillo en vez de vivir para siempre en aquella aldea de barracas.
Oyó unas pisadas a la carrera desde el exterior. La puerta se abrió de pronto y William Thirdleg entró como una exhalación. El aire frío avivó las brasas.
-¡Esa puerta! -se quejó Maclovius.
-Jefe, ese cura ha vuelto. Dice que ha tenido una visión. Los hombres dejan de trabajar para escucharle.
-Bréanainn de Clonfert -Maclovius recordó su nombre. Para muchos era un santo. Decían que había atravesado el Oceano Tenebroso, que había bautizado al monstruo marino Jasconius y que había regresado para preparar la venida del Señor-.¿Y qué quiere?
-Bautizarte.
Maclovius lo encontró tan hilarante que faltó poco para que se atragantara con el último trozo de cerdo asado.
-¿Ese santo es tonto?¿Ya quiere reunirse con su dios?
Otro hombre entró corriendo. La puerta volvió a abrirse y el frío entró con él.
-¡Esa maldita puerta! -volvió a quejarse Maclovius. Se oían rumores fuera
-¡Está ahí afuera!
Y alguien le estaba llamando a voces. El murmullo de los vecinos era más fuerte
-Le voy a eviscerar -y cogió la espada y el hacha. Un monje le había enseñado esa palabra; le encantaba que sus guerreros le tuvieran por un hombre ilustrado.
Salió fuera. Una multitud de hombres, mujeres y niños rodeaban a la figura de un monje flaco y bajo de estatura. El hábito estaba sucio y desgastado por los años. Su barba era larga. La tonsura de su cabeza había sido renovada. Le vio y sonrió. Todos callaron.
-¡Maclovius del clan Maclou!¡El Señor se ha fijado en ti y hoy va a perdonarte tus pecados!
Maclovius desenvainó la espada y se acercó sin dudar hacia él.
-¡Es un santo, señor!-gimió Thirdleg-¡Si derramas su sangre la tierra quedará maldita!
Él no hizo caso. El monje miró cómo se acercaba a él y abrió sus brazos. Maclovius apretó la empuñadura.
-¡Tienes un instante para marcharte por donde has venido, o daré tus huesos a los cerdos!
-¡Hijo mío, tú aún no lo sabes!¡El Señor perdonará hoy tus pecados!¡Lo he visto!
-¡Loco!-Alzó la espada y le miró a los ojos, unos ojos de mirada luminosa.
Y cuando volvió en sí se encontró en el arroyo de Galyeardyee temblando por el agua helada, de rodillas y desnudo de cintura para arriba. El monje le sujetaba la cabeza. Él tenía las manos juntas en posición orante. El monje le sumergió y le izó, y le bendijo en latín.
-¿Qué es esto?¿Qué está pasando? -balbuceó Maclovius bajo la cascada de agua gélida.
-¡Ya estás bautizado, hijo mío! -exclamó Bréanainn
-¡Y vas a ser monje! -gritó William Thirdleg.
-¿¿¿Monje, yo??? -Maclovius no salía de su asombro. La multitud aplaudía, y tras él muchos vecinos, empujados por su ejemplo, entraron en el río para ser bautizados y bendecidos.
-Ayúdame, Maclovius -pidió Bréanainn, y el jefe galés sintió con extrañeza que lo que iba a hacer era lo que debía hacer. No deseó eviscerarle. Cogió la cabeza de William Thirdleg y se la sumergió con brusquedad en el agua, mientras éste se debatía por respirar.
-In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen
**************************************************************
Maclovius se hizo discípulo de Bréanainn de Clonfert, conocido como San Brendán, se hizo monje de la Abadía de Llancarrven y luego emigró a Bretaña. Se le conocía como Maclou, y como misionero fundó iglesias por toda la zona de Bretaña que actualmente se denomina Saint-Malo en su honor. Fue el primer obispo de Aleth y murió anciano en el año 620 en Archingeay (Francia). La familia Maclou se extendió por toda Europa (Francia, Alemania, España, Noruega y Finlandia).
El Clan Maclou estaba emparentado por sangre con los clanes MacCloud y MacLeod. Una rama de la familia cambió su nombre, de Maclou a Malo. Ah, sí, creo que yo también deseo ser inmortal...
Connor MacLeod sigue por el mundo, el último de su clan. Lo último que se sabe es que lo convencieron para participar en un anuncio de coches. Puede no que vuelva a saber de él hasta dentro de otros cien años...
Oyó unas pisadas a la carrera desde el exterior. La puerta se abrió de pronto y William Thirdleg entró como una exhalación. El aire frío avivó las brasas.
-¡Esa puerta! -se quejó Maclovius.
-Jefe, ese cura ha vuelto. Dice que ha tenido una visión. Los hombres dejan de trabajar para escucharle.
-Bréanainn de Clonfert -Maclovius recordó su nombre. Para muchos era un santo. Decían que había atravesado el Oceano Tenebroso, que había bautizado al monstruo marino Jasconius y que había regresado para preparar la venida del Señor-.¿Y qué quiere?
-Bautizarte.
Maclovius lo encontró tan hilarante que faltó poco para que se atragantara con el último trozo de cerdo asado.
-¿Ese santo es tonto?¿Ya quiere reunirse con su dios?
Otro hombre entró corriendo. La puerta volvió a abrirse y el frío entró con él.
-¡Esa maldita puerta! -volvió a quejarse Maclovius. Se oían rumores fuera
-¡Está ahí afuera!
Y alguien le estaba llamando a voces. El murmullo de los vecinos era más fuerte
-Le voy a eviscerar -y cogió la espada y el hacha. Un monje le había enseñado esa palabra; le encantaba que sus guerreros le tuvieran por un hombre ilustrado.
Salió fuera. Una multitud de hombres, mujeres y niños rodeaban a la figura de un monje flaco y bajo de estatura. El hábito estaba sucio y desgastado por los años. Su barba era larga. La tonsura de su cabeza había sido renovada. Le vio y sonrió. Todos callaron.
-¡Maclovius del clan Maclou!¡El Señor se ha fijado en ti y hoy va a perdonarte tus pecados!
Maclovius desenvainó la espada y se acercó sin dudar hacia él.
-¡Es un santo, señor!-gimió Thirdleg-¡Si derramas su sangre la tierra quedará maldita!
Él no hizo caso. El monje miró cómo se acercaba a él y abrió sus brazos. Maclovius apretó la empuñadura.
-¡Tienes un instante para marcharte por donde has venido, o daré tus huesos a los cerdos!
-¡Hijo mío, tú aún no lo sabes!¡El Señor perdonará hoy tus pecados!¡Lo he visto!
-¡Loco!-Alzó la espada y le miró a los ojos, unos ojos de mirada luminosa.
Y cuando volvió en sí se encontró en el arroyo de Galyeardyee temblando por el agua helada, de rodillas y desnudo de cintura para arriba. El monje le sujetaba la cabeza. Él tenía las manos juntas en posición orante. El monje le sumergió y le izó, y le bendijo en latín.
-¿Qué es esto?¿Qué está pasando? -balbuceó Maclovius bajo la cascada de agua gélida.
-¡Ya estás bautizado, hijo mío! -exclamó Bréanainn
-¡Y vas a ser monje! -gritó William Thirdleg.
-¿¿¿Monje, yo??? -Maclovius no salía de su asombro. La multitud aplaudía, y tras él muchos vecinos, empujados por su ejemplo, entraron en el río para ser bautizados y bendecidos.
-Ayúdame, Maclovius -pidió Bréanainn, y el jefe galés sintió con extrañeza que lo que iba a hacer era lo que debía hacer. No deseó eviscerarle. Cogió la cabeza de William Thirdleg y se la sumergió con brusquedad en el agua, mientras éste se debatía por respirar.
-In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen
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Maclovius se hizo discípulo de Bréanainn de Clonfert, conocido como San Brendán, se hizo monje de la Abadía de Llancarrven y luego emigró a Bretaña. Se le conocía como Maclou, y como misionero fundó iglesias por toda la zona de Bretaña que actualmente se denomina Saint-Malo en su honor. Fue el primer obispo de Aleth y murió anciano en el año 620 en Archingeay (Francia). La familia Maclou se extendió por toda Europa (Francia, Alemania, España, Noruega y Finlandia).
El Clan Maclou estaba emparentado por sangre con los clanes MacCloud y MacLeod. Una rama de la familia cambió su nombre, de Maclou a Malo. Ah, sí, creo que yo también deseo ser inmortal...
Connor MacLeod sigue por el mundo, el último de su clan. Lo último que se sabe es que lo convencieron para participar en un anuncio de coches. Puede no que vuelva a saber de él hasta dentro de otros cien años...