domingo, 24 de mayo de 2015

Edmundo de Amicis 005/365

Y ahora, el lector acompáñeme al hotel a tomar un poco de aliento.
Una gran parte de lo que hasta aquí he descrito, lo visitamos mi amigo y yo el día mismo de nuestra llegada; imagínese el que que lo lee, cómo debíamos tener la cabeza al volver a la fonda, cuando caía la noche.
Durante el camino, no dijimos ni una palabra; y apenas hubimos entrado en el cuarto, nos dejamos caer sobre el sofá, mirándonos cara a cara, y preguntándonos los dos a un mismo tiempo:
—¿Qué te parece?
—¿Qué me dices?
—¡Y pensar que he venido aquí para pintar!
—¡Y yo para escribir!
Y ambos nos sonreímos en señal de fraternal compasión.
Aquella tarde, en efecto, aun durante algunos días después, si Su Majestad Abdul-Aziz me hubiera ofrecido en premio una provincia de Asia Menor, no me hubiera atrevido a escribir diez líneas seguidas acerca de la capital de sus Estados; tan cierto es, que para describir las grandes cosas, es preciso hacerlo de lejos, y para acordarse bien, haberlas olvidado un poco.
¿Y cómo hubiera podido escribir en un cuarto, desde el cual se contempla el Bósforo, Scutari y la cima del Olimpo?

Edmundo de Amicis, "Constantinopla" (ALMED Editorial)



Y es que leer es eso, provocar envidia con lo que las páginas escritas te descubren: más vidas, más personas, hombres y mujeres, ciudades maravillosas... que este mundo de miserias también tiene grandezas que inspira a querer escaparse y a recorrerlo, a aprender idiomas, a beber café en Estambul y a detenerse para saborear todo lo que nos rodea.
La vida moderna de oficinista nos encierra en un cubículo, y todo eso nos lo perdemos. Ya no miramos a la gente, ni nos preguntamos por qué. Por qué corremos de un lado para otro, huyendo para no vivir.

Quiero volver a Bizancio / Constantinopla / Estambul. ¿Cuándo?
No quiero que me falte vida para ello.

Bitácora 005/365