sábado, 2 de marzo de 2013

Escribir una novela (XVI): El mejor valor de un escritor

Sobre el mundo editorial, sobre los agentes literarios, sobre los autores indie, sobre los críticos literarios, sobre los distribuidores, sobre librerías, sobre el ebook frente al libro impreso, sobre los librinos, sobre el DRM sí o no, sobre e-marketing, sobre best-sellers, sobre autores contentos, sobre autores airados, sobre portadas, sobre correctores, sobre tramas, sobre secuelas, sobre adaptaciones, sobre editores, sobre listas y listas, sobre la ambición de estar en esas listas, sobre la envidia de no estar en ellas, sobre el anonimato, sobre los foros de libros, sobre las páginas de reseñas, sobre unos, sobre otros...

Sobre tantas y tantas cosas se pueden encontrar cada día entradas y más entradas en la Red que a veces me cuesta distinguir cuáles me aportan algo nuevo, algo verdadero, una aportación positiva para mí y mi escritura, y cuáles no. No hablo por nadie más que por mí, y mi pobre bagaje. La Red puede aportar mucho, o no aportar nada más que distracción y ruido.

En las últimas quince entradas sobre este tema he realizado reflexiones sobre la escritura de una novela. Antes de tener internet, no había tanto información (tanto ruido) en nuestras vidas. Ahora, a veces todo es más confuso que antes. Hay pros y hay contras.

Ser positivo es difícil en estos días bizantinos. A veces pienso que escribir es una actividad insana: te da una vida; te quita una vida. Las dos igual de reales, igual de existentes. Eso es lo maravilloso de la escritura, te acerca a otras realidades, pero exige. La escritura es una amante exigente.




Muchos de los que disfrutamos escribiendo lo hacemos como actividad secundaria. Me doy cuenta en mi vida laboral cotidiana cuánta gente opina lo mismo: si algo ha aumentado mucho, es la desconfianza en todo, en los otros. La falta de confianza en el otro, en lo que dice, en lo que propone, en lo que hace, en un sistema económico y social que se basa en el crédito (en el creer en el otro), es el inicio del colapso de dicho sistema. Cómo se recupera la confianza es algo que se me escapa; pero creo que empieza por uno mismo. Por esforzarse en ser confiable. Y esto que pienso creo que es aplicable a todas las profesiones, a todos los ámbitos, a todas las personas y situaciones, pero hoy quiero reflexionar sobre esto aplicado al mundo editorial.

En estos días, creo que el mejor valor del escritor es que, con su trabajo, sepa generar Confianza, y que ésta sea correspondida de forma sincera:

-entre autor y lectores, que confían en que ese autor que les gustó, les volverá a gustar con su nueva novela. Que la idea y trama tendrán algo original que les aportará algo que quedará en su vida después de terminada la lectura.
-entre lectores y autor, quien confía en que dando lo mejor de sí mismo, ofreciendo nuevos personajes y nuevas perspectivas, disfrutando en su escritura en todo momento, conseguirá un nuevo manuscrito diferente que gustará a los que ya antes confiaron en él.

-entre autor y agente literario, que confía en que un buen hacer resulta en un valor añadido que beneficia al autor y en la mejor defensa de su obras y sus intereses, y por ende al propio agente. Que confía en la materia prima del autor y su potencial, y en su habilidad y potencial en la escritura.
-entre el agente literario y el autor, quien confía que estará informado puntualmente de cuanto acontezca de sus manuscritos, del estado de su promoción, de sus ventas, y que la buena labor de su agente le permita centrarse exclusivamente en escribir. Que será sincero con la valoración de los manuscritos y que aportará ideas y sugerencias de buena fe; y si le ve potencial, luchará por la publicación del manuscrito.Y que eso, que da valor añadido, da sentido a la figura intermediaria de un agente literario.

-entre el agente y la editorial, quien confía que si una agencia le ofrece una obra, es porque profesionalmente le han visto un futuro, por ofrecer un algo diferente, algo por lo que suspiran los lectores y que se adapta a las tendencias que quiere desarrollar la propia editorial, que cuente con la aceptación multitudinaria de los lectores.
-entre la editorial y el agente, quien confía en que las liquidaciones de sus representados se presenten puntualmente en plazo y sean claras y explicativas, y en que esos manuscritos, de ser aceptados, cuenten con una buena materialización (en papel, en ebook), una buena promoción, una distribución, un buen precio de cara a los lectores.

-entre el autor y la editorial, que confía en que el manuscrito recibido esté lo más pulido posible, y que aquél colabore de buena fe y en buena sintonía con la revisión de galeradas, de portada, de mapas y otros detalles dentro de los plazos que exige la publicación de un libro. Que confía que aporte de forma activa ideas y sugerencias para la promoción de la obra; que aquél se ofrezca a cuanta labor de promoción promueva la editorial. Que confía en que, si la obra gusta, el autor desee repetir con la editorial.
-entre la editorial y el autor, quien confía que tendrán en cuenta sus sugerencias y también sus explicaciones si tiene reticencias a algún cambio dentro del manuscrito; que confía en la profesionalidad de los correctores, de los ilustradores, de editores y comerciales, y en la transparencia en las liquidaciones anuales. Que confía que el resultado final colme sus sueños.

Si se crea y mantiene en pie toda esta cadena de confianza, el resultado valdrá la pena. Si el escritor, que es punto de donde parte todo, consigue que esta cadena de confianza aparezca y perdure, se convertirá en su mejor valor. Al menos, ésa es mi reflexión personal.

En el aire dejo una pregunta para la reflexión: ¿qué sucede si alguno de los eslabones de esta cadena se rompe?