domingo, 18 de noviembre de 2012

El embrujo de Graná

Este pasado fin de semana (16-17 de noviembre) se ha celebrado el 40º aniversario de la Convención del Patrimonio Mundial de UNESCO que declaró Patrimonio de la Humanidad a la Alhambra y el Generalife con una jornada de puertas abiertas en la que el Conjunto Monumental se ha abierto en exclusiva y gratis para los granadinos y residentes en la provincia.



Hacía dos años que no regresaba a los palacios nazaríes, la última vez aún proseguían las labores de restauración de los leones y la fuente, y el patio estaba deslucido. Ahora, todo está terminado. Tras diez años de trabajo, el Patronato ha restaurado todo el conjunto, fuente y leones, y después de una excavación arqueológica complementaria, se decidió enlosar todo el espacio con losas de mármol de Macael, para hacer que supuestamente quede como fue concebido originalmente el palacio hace siete siglos.

¡Al-Hamrá, Al-Hamrá! La lluvia que caía no era más que lágrimas de novia que embellecían a la sultana de Granada, vestida de blanco con los velos del Yabal Sulayr y el calzado nacarado de Macael. Pasear por sus pasillos, admirar los dibujos de los capiteles, el tallado de las columnas, las palabras en las yeserías, aspirar los huecos vacíos de las tacas, sentir el tacto de los azulejos, la luz, los mocárabes... estar en ella es entregarse a un tiempo pasado aún no desaparecido, mirar más allá de las celosías y encontrar miradas furtivas del harén, las lucernas de los baños; la austeridad de las torres militares; los recodos de las puertas monumentales, asiento de los cadíes los días de justicia; el rumor del agua que las acequias recogen de la montaña hasta los aljibes y las tazas de las fuentes...



Y llegar al Palacio de Ridyab, y ver los leones, la portada de mi libro, sentir los pasos del visir poeta Ibn Zamrak que inmortalizo su don divino en la taza de la fuente, una vez con letras doradas. La luces se apagaron, se apagaron las risas, los velos desaparecieron, vino la austeridad castellana y se arrodilló a los pies del arte de los vencidos, porque en ella, en la Al-Hamrá, no sólo hay un deseo de mostrar poder regio. También hay divinidad; la entrega de los artesanos, el amor de los escultores, los suspiros de las favoritas, y el beneplácito del gran cadí, al rumor propicio de los pasos de los sultanes sobre las grandes losas del mármol. ¿No se reflejaría en ellas, en su pulido, las mucarnas de los techos, imagen de la multiplicidad, del infinito, de la nulidad del hombre ante el tiempo y la divinidad?



"El esclavo de la Al-Hamrá" vivirá siempre en mí aunque nadie más lo lea; aún por las noches escucho los rumores del arquitecto. Ayer, la Al-Hamrá me susurró una bella historia, y me lamento, porque no sé si mis palabras imperfectas podrán hablar con tanta intensidad de la emoción que siempre me inunda al contemplarla.